Ediciones B. Barcelona (1998). 351 págs. 2.900 ptas. Traducción: Carmen Francí Ventosa.
Tras haber dedicado tantas páginas de sus libros al problema racial en Sudáfrica, la veterana autora, Premio Nobel 1991, refleja ahora la nueva situación de su país, una vez desaparecido el apartheid. En esta novela se describe una sociedad en la que no se producen enfrentamientos raciales pero en la que permanece la adicción a la violencia. Casi todo el mundo tiene en casa un arma, porque no hay trabas para comprarla y porque existe el riesgo del asalto. Así, cuando un joven arquitecto encuentra a su compañera habitual practicando el sexo con un vecino y amigo, que tiempo atrás fue también su amante, el tener a mano la pistola doméstica conduce a la cárcel y al juicio por asesinato.
A partir de esta situación inicial, la acción penetra en las reacciones de los padres del protagonista, cultos, bien situados, a los que la inconcebible conducta de su hijo único obliga a reflexionar sobre sus planteamientos vitales, tan correctos y tolerantes como vacíos de contenido. Por añadidura, el brillante abogado defensor al que se les recomienda acudir es negro, y posee una familia unida, vitalista y numerosa, cuyo descubrimiento supone un impacto añadido. La obra discurre así como una inteligente reflexión sobre una nueva realidad sudafricana, multirracial, que va superando barreras lentamente y descubriendo que la democracia tiene también sus lados oscuros, y la libertad, un duro contrapeso de responsabilidades. Resulta acertada en especial la parte dedicada al juicio, que mantiene al lector en tensión, sin recurrir a trucos efectistas, mediante una sensata aplicación de la ley.
Escrita en forma ágil a pesar de la abundancia de pasajes introspectivos, sin diálogo, la novela interesa de principio a fin como testimonio del vacío producido por la pérdida del compromiso político en personas sin otro objetivo vital. Sin embargo, la autora, al condenar la venta de armas, evita profundizar en la carencia de recursos espirituales de quienes recurren a ellas por falta de apoyos sólidos para luchar contra la soledad, la desorientación y el estrés.
Pilar de Cecilia