La idea de Gran Bretaña como un país que también merece, en su calendario de fechas patrias, un “Día de la Independencia”, no casa con la realidad de una nación que fue “reina de los mares” y potencia colonial con puño de hierro. La narrativa para conseguir la salida del país de la Unión Europea fue, sin embargo, exactamente esa: la de una nación tan sometida, que Europa les “prohíbe” a los niños británicos comer patatas fritas con sabor a gambas.
Parece una broma, pero historias falsas como esta, cuya autoría corresponde a un entonces joven corresponsal en Bruselas llamado Boris Johnson, fueron adoquinando el camino para el referéndum del Brexit en 2016. En Un fracaso heroico. El Brexit y la política del dolor, el irlandés Fintan O’Toole disecciona el proceso por el que el Reino Unido puso proa hacia la salida del bloque comunitario, y lo contextualiza en cierto gusto inglés por ensalzar el fracaso como distintivo de orgullo nacional.
La desconexión voluntaria, una autolesión en toda regla, introduce el dolor de la división, no ya entre el país saliente y la UE –convertida, en el discurso Brexiteer, en pérfida reencarnación de la Alemania nazi–, sino en el seno de la propia sociedad británica. Es un asunto “generador de amargas escisiones –dice O’Toole– entre la Inglaterra de las grandes ciudades multiculturales y la Inglaterra de los pueblos y las ciudades pequeñas”.
Pero algunos se hallan a su aire en la dinámica del dolor y la frustración, y el autor lo ilustra con episodios del pasado imperial en que una altiva testarudez condujo a resultados catastróficos. Cita como ejemplo la expedición que, para encontrar el paso del noroeste en el Ártico, emprendió irresponsablemente la tripulación del HMS Terror sin tener cartografiadas cientos de millas; o la carga de la Brigada Ligera en Crimea, un verdadero suicidio ante los cañones rusos. Incidentes de este tipo, y no victorias como Waterloo, son los que paradójicamente han concitado la veneración de los ingleses. “El poema bélico más conmovedor en inglés es sobre una brigada de caballería que cargó en la dirección equivocada”, recordaba Orwell en 1941.
Las comparaciones metafóricas se sirven solas. Según O’Toole, el Brexit constituye “la última batalla de la Inglaterra imperial”, con los simpatizantes de la salida amenazando con destruir la maquinaria económica europea “con sus brillantes sables”. Es también una versión del fracaso del HMS Terror en el Ártico: el viaje sin mapa a una tierra incógnita, en el que no quedó nadie para hacer el cuento, pues a semejanza de entonces, no hay certezas “cartográficas” sobre el futuro. Queda un porvenir para al que algunos, a modo de consuelo y recompensa, acarician el sueño de resucitar un universo anglo en el que las excolonias orbitarán en torno a la “madre patria”, pero el autor advierte que, si en algún momento esto se hiciese realidad, tendría su centro en Washington, no en Londres.
Los daños económicos y los que se pueden infligir a la propia estabilidad territorial de la Unión (Escocia e Irlanda del Norte no querían marcharse de Europa) son el precio de dolor que los partidarios del Brexit han querido que el país pague con tal de largarse. O’Toole aprecia en esto un símil con la actitud del alcalde del pueblo costero del filme Tiburón: el peligroso escualo estaba en el agua, había certeza de ello, pero el regidor solo animaba a la gente: “¡A bañarse, a bañarse!”.
“Mi héroe político es el alcalde de Tiburón”, solía decir con orgullo el primer ministro Johnson. Y visto el desmadre de chapuzas, mentiras y perjuicios que “adornan” esta autoexclusión, hay que creerle forzosamente.