Extraordinaria novela. Su protagonista es un oscuro profesor de una universidad provinciana, Damien North, viudo, sin hijos, nieto de un prestigioso político ya fallecido. El relato comienza cuando es detenido acusado de haber descargado fotografías desde una red pedófila en su ordenador. Eso le conduce a interrogatorios humillantes, a ser insultado desde la prensa, a que le abandonen a su suerte sus vecinos, colegas y su propio hermano…
Además, su propio abogado le convence de que ha de declararse culpable para que la pena que le caiga sea menor, cosa que hace. Pasa luego un tiempo en la cárcel y es una de las personas elegidas para un programa piloto que desea prevenir la reincidencia en ese tipo de delitos cuando el condenado salga de nuevo a la calle.
Novela tan bien construida y tan bien contada que resulta, sobre todo en su primera parte, desasosegante. Se retratan de modo admirable los comportamientos de las autoridades de todo tipo —policial, judicial, académica, política, periodística, médica—. También, diría que con honradez inesperada e impensable en otras sociedades, se critica con acierto la hipocresía del representante del movimiento gay en la universidad donde trabaja el protagonista.
North queda bien definido como un hombre sin recursos para poder enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Cuando está en la cárcel escribe algunas reflexiones y dice lo siguiente: “El hombre de los tiempos prehistóricos no dejaba tras de sí archivos, sino una plétora de rastros. Yo no dejo rastro alguno, por así decirlo, pero sí una plétora de archivos. Él y yo nos parecemos en que ni él ni yo tenemos control de lo que vamos dejando detrás. Lo que nos convierte en presas”.