Ya en su anterior obra, Viajes por el Scriptorium, se apreciaba en Paul Auster (1947) una reiteración argumentativa y estilística, a partir de asuntos relacionados con la metaliteratura. Un hombre en la oscuridad subraya este cansancio.
August Brill es un crítico literario de 72 años que ha perdido recientemente a su mujer. Ahora vive en casa de su hija Miriam, separada. Tras un accidente de tráfico, August se recupera y vive anclado en una silla de ruedas. Le hace compañía Katya, la hija veinteañera de Miriam, que ha perdido a su ex novio en Irak y que intenta recuperarse de una depresión. Desde la primera página, la sensación que transmite Auster es de desolación, sentimiento habitual en los personajes de su literatura.
Para entretenerse, August concibe en su imaginación, por las noches, una serie de historias relacionadas con sus gustos literarios. La novela cuenta, de hecho, dos historias paralelas, la vida de August y su relación con su hija y su nieta, y lo que le sucede a uno de sus personajes inventados, Owen Brick. Owen ha sido trasplantado de su realidad doméstica (trabaja como mago en fiestas para niños) a un mundo apocalíptico. Estados Unidos padece una cruenta guerra civil y la única manera de que cese la catástrofe es asesinando al responsable: August Brill, el autor de lo que está sucediendo: “porque la guerra es un producto de su imaginación”. Sin comprender por qué está ahí, Owen recibe la misión de asesinar a August.
Auster narra bien. Sabe dotar de interés a las historias que cuenta, a la vez que introduce historias secundarias que también consiguen sorprender. Sin embargo, no se sabe muy bien qué es lo que te quiere contar y a dónde te quiere llevar. La historia protagonizada por Owen Brick se interrumpe de manera abrupta y apenas tiene incidencia en el posterior desarrollo de la novela; por otro lado, la última parte, en la que August cuenta a su nieta Katya su vida con Sonia, con diálogos y explicaciones detalladas sobre su vida sexual, no resulta creíble. Lo peor de la novela es la falta de consistencia y la sensación de que Auster, con estos mimbres, puede escribir doscientas novelas más, tal es su seguridad y facilidad narrativa, aunque no cuente nada y transmita siempre ese sentimiento tan “literario” de que la vida es decepcionante. Coincido con la sensación que tiene Flora, la mujer de Owen Brick, cuando éste le cuenta qué es lo que le ha sucedido en ese mundo paralelo al que ha sido trasplantado: “Toda esa cháchara de diversas realidades y múltiples mundos soñados e imaginados por otras mentes le parece un hatajo de sandeces”. Aunque las escriba Paul Auster.