Anagrama. Barcelona (1995). 336 págs. 2.450 ptas.
Es esta la típica novela social de las que últimamente no abundan, tras haber estado de moda en los años cincuenta y sesenta. Ahora el autor, con acierto e ironía, ha reflejado la típica sociedad del pelotazo, el fruto más granado y característico de la década española de los ochenta.
El protagonista es un poeta casado con una pintora y padre de un adolescente. El matrimonio destina sus ahorros a comprar un viejo molino rural. Allí, lejos del mundo urbano, podrán escribir y pintar a sus anchas durante un tiempo. Después, un grupo de especuladores ligado al partido socialista, recién llegado al poder, construye en los terrenos que rodean al molino, ya convenientemente recalificados, una urbanización de chalets adosados. Los nuevos vecinos, bulliciosos y prepotentes, hacen imposible el idílico silencio creador del poeta, aunque paguen generosamente a su mujer los retratos que le encargan. Perros que ladran, barbacoas que humean y niños fisgones, convierten el jardín del molino en un infierno del que no se puede salir porque nadie quiere comprarlo, salvo los promotores de la urbanización, poniendo ellos el precio, naturalmente.
La obra es ingeniosa y mordaz en su retrato del grupo. La captación ambiental está muy conseguida y el lenguaje refleja con acierto unos modos expresivos horteras y achulados. El autor se muestra implacable, aunque no feroz ni amargo, gracias al enfoque cómico que preside la acción. Su intención es hacer pensar, pero sin abusar del aguante del lector, entreteniéndole de paso. Más que literatura -que la hay, aunque no muy brillante-, lo que hace es novelar el desencanto de quien ve reducido a zafiedad y oportunismo un proyecto que apoyó con esperanza. Las conclusiones, a gusto de cada cual.
Pilar de Cecilia