Dentro de la colección especial que ha lanzado la editorial Tusquets para conmemorar su 50 aniversario, vuele a publicarse Un viejo que leía novelas de amor, título que no dejado de venderse desde su aparición en 1993.
En El Idilio, una mísera aldea de la selva amazónica, un anciano, Antonio José Bolívar Proaño, se ve obligado a tomar parte en la caza de un tigre que ronda por los contornos. Partiendo de esta simple anécdota, Luis Sepúlveda (Chile, 1949) narra, con estructura y lenguaje cinematográficos, la vida del protagonista: su juventud, la llegada a la jungla como colono, su convivencia con la tribu shuar, de la que aprenderá a conocer, respetar y amar la selva.
Sepúlveda describe con un lenguaje preciso y claro –con modismos sudamericanos– la vida de la jungla y sus habitantes. Pero su amor desmedido por la Amazonia le lleva a una visión un tanto maniquea: todo lo que viene de la civilización es negativo, desde la colonización española hasta las explotaciones petroleras de los gringos, a los que califica de “impúdicos extraños”. Del mismo modo, el alcalde de la aldea, representante de una lejana y caótica autoridad, es rastrero, avaro, vengativo; los colonos destrozan la selva “construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto”; los buscadores de oro son ambiciosos, pendencieros…
Frente a ellos, presenta a los shuar como ejemplos de un anhelado modo perfecto de existencia. Su crítica del mundo civilizado le lleva a idealizar en exceso una vida salvaje que es capaz de admitir el suicidio o las relaciones amorales entre el protagonista y una mujer shuar, prestada como muestra de amistad por el jefe de la tribu.
De todas formas, Luis Sepúlveda ofrece un relato atrayente y ameno gracias al ajustado equilibrio que existe entre la narración de aventuras y el fondo –tan de moda– de denuncia ecologista.
Versión actualizada de la reseña publicada el 7-04-1993.