La denominada Edad Media es uno de los periodos más decisivos de la historia española. No solo porque aquellos siglos determinaron aspectos fundamentales –como las tradiciones jurídicas, los sistemas forales aún en vigor en Navarra y las provincias vascas, las diferencias entre minifundios septentrionales y latifundios meridionales, o las lenguas romances–, sino por el continuado debate que acarrea entre los especialistas y las corrientes académicas. Uno de los autores cimeros en esta área fue el madrileño Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984), cuya aportación resulta muy valiosa, en especial al complementarse con la de otros intelectuales como Menéndez Pidal (prologuista de este libro) o Américo Castro.
Aunque la generación posterior ha acrecentado nuestro conocimiento de la España medieval, la lectura de Sánchez-Albornoz siempre es recomendable gracias a su labor divulgativa de textos originales. Don Claudio ofrece una serie de pasajes bien hilados que extrae de los documentos escritos en la propia época. Así, la información que facilita está tomada directamente de los códices, cartas, crónicas y contratos que redactaron los protagonistas de Una ciudad de la España cristiana hace mil años, que es León.
La primera edición de esta obra se titulaba Estampas de la vida en León hace mil años (Madrid, 1926) y se publicó el mismo año en que Sánchez-Albornoz comenzó su andadura en la Real Academia de la Historia. Desde entonces la obra se ha ido reeditando en varios formatos, con mayor o menor número de imágenes y, en la presente ocasión con la ventaja de un buen precio y un tamaño manejable. El estilo del libro es bastante ágil, sobre todo porque traslada con fidelidad la vida cotidiana con sus olores y sabores: el mercado, las termas romanas y los baños públicos, el menaje y el ajuar, las comidas, las relaciones laborales, los precios, pesos y medidas, la gravitación de la herencia latina, la administración de justicia, la liturgia visigótica, la decoración de las iglesias, etc.
Además, el libro dispone de un amplio aparato de notas al pie, cuya consulta merece la pena y cuya extensión es comparable a la del texto principal. Asimismo, Sánchez-Albornoz emplea el lenguaje de la época en su riqueza más genuina: vocablos latinos, romances, árabes, germánicos, griegos, celtas. El autor sitúa cada ejemplo según la fuente consultada, y por tanto señala el manuscrito de referencia (con sigla de archivo y número de folio), así como el nombre de los protagonistas. De esta forma, el libro evita las generalizaciones, las vaguedades y el anonimato, convirtiendo la historia en una amena complejidad de escenas con textura y sonidos específicos. Junto con los reyes, nobles, clérigos, aparecen los hortelanos, los comerciantes, los moros, los judíos o los sirvientes —no exactamente siervos, pues en la España cristiana abundaban los hombres libres—.
El libro procura revivir el siglo X —el esplendor leonés anterior a las devastadoras campañas de Almanzor, tras cuya muerte el Califato cordobés inició su desintegración—, pero no ubica al lector a base de anacronismos o licencias, sino que exige del lector una “inmersión cultural” en aquella época. Quizá por eso, esta obra resulte algo diferente a las que suelen editarse en las últimas décadas. Su colorido es más auténtico, sus matices son más tangibles. Así, aunque la lectura es efectiva y sugerente, se echa en falta un glosario o traducciones más accesibles. Por ejemplo, don Claudio cita con profusión los manuscritos, a veces redactados en latín medieval hispánico; un latín fácil de entender para quienes gustan de este idioma, pero incomprensible para gran parte del público. De cualquier manera, este es uno de los libros necesarios y casi obligados para quienes deseen adquirir suficientes nociones sobre la España medieval.