¿Cómo hacer para que la universidad recupere la pasión por la educación humanista y suscite en los estudiantes de cualquier grado el deseo de saber como un fin en sí mismo, de educar el intelecto y de buscar la verdad? ¿Es posible que profesores y alumnos lleguen a verse como una comunidad intelectual, en la que todos crezcan como personas y se interesen por el progreso de la sociedad? ¿Cómo transformar las aulas universitarias en espacios donde se aprenda a cultivar el propio juicio y a debatir de forma civilizada?
José María Torralba, catedrático de Filosofía Moral y Política y director del Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra, ofrece una respuesta concreta a esas preguntas que pueden sonar utópicas: la enseñanza basada en los grandes libros, un modelo de educación humanista que pone a los alumnos a leer, pensar y dialogar a partir de los clásicos de la literatura y el pensamiento. Lo más meritorio es que, al explicar en qué consiste esa metodología, acaba perfilando también una visión ilusionante de la universidad y una defensa apasionada de la vida intelectual.
Se ve, por ejemplo, cuando habla del “poder transformador de la educación”. Claro que a la universidad se va a formarse para una profesión, pero también a salir de la indolencia cultural y cívica. Y, para eso, hacen falta profesoras y profesores que despierten admiración por su integridad intelectual, por su capacidad de atender a los matices, de presentar con equilibrio las posturas en conflicto sin renunciar a defender la que les parezca más razonable, de entusiasmarse por las cuestiones existenciales y los problemas de nuestro tiempo…
Todas estas actitudes pueden encarnarse en el aula a través de diversos métodos. Torralba justifica su preferencia por los seminarios de grandes libros, esos textos “llenos de bellos argumentos e historias geniales”. Gracias a ellos, explica, los alumnos aprenden a llevar a su vida lo que estudian; a “pensar con los clásicos”; a desarrollar el sentido crítico frente a la cultura de moda; a mantener conversaciones hondas; y a afinar la mirada y la capacidad de plantear preguntas relevantes.
El libro está lleno de anécdotas de estudiantes que entraron en la vida universitaria con unas preocupaciones más bien planas, y que acabaron descubriendo lo bueno que es en sí mismo aprender el arte de leer bien, de pensar las cuestiones a fondo, de saber argumentarlas, de escribir con orden y concierto… En ese “en sí mismo” está la clave de la “educación liberal”, otra forma de llamar a la educación humanista.
Para escribir este ensayo, Torralba ha partido de algunos textos publicados anteriormente. Aunque algunas páginas tratan cuestiones más académicas, es patente su empeño por llegar a un público amplio. Quien busque motivos para volver a ilusionarse con la educación humanista, con la profesión docente y con la propia formación cultural, aquí tiene su libro.