EUNSA. Pamplona (2005). 246 págs. 14 €. Traducción: María Cristina Mazzoni.
Josef Pieper (1904-1997; ver Aceprensa 163/97) es uno de los grandes autores de la antropología cristiana del siglo XX, comparable a Guardini o Von Balthasar. En las iglesias alemanas es usual encontrar párrafos de Pieper, junto a los de los grandes pensadores y escritores europeos, en las compilaciones de aforismos destinadas a meditaciones breves para los fieles. Por eso su pensamiento ha tenido un alcance muy amplio, no reducido a los círculos académicos.
La esperanza, aunque late en el pensamiento de Pieper de modo muy vivo, no es uno de los argumentos que él más tratara de modo expreso. Analizar los textos donde sí lo hace, iluminar la esperanza como tema latente en el conjunto de su obra, completar los aspectos no tratados y ponerlo en relación con las diversas corrientes, perspectivas y tradiciones contemporáneas, es el trabajo de Schumacher.
La esperanza es el temple que en el siglo XIX acompaña a la idea de progreso necesario, aunque también conviva con posturas nihilistas.
Pero en el siglo XX, tras la gran tragedia de la II Guerra Mundial, se vuelve acuciante la cuestión de si aún es posible esperar en algo, y proliferan los tratamientos filosóficos de la esperanza desde múltiples puntos de vista. Como trabajos más fundamentales se consideran los de Bloch y Marcel, autores en relación con los cuales Pieper elaboró sus textos dedicados expresamente a la esperanza.
Primero, Schumacher opone dos posibilidades de la libertad humana: una libertad que en su inicio es absolutamente indeterminada (Sartre), y una libertad que es lanzada por su naturaleza hacia su plena realización (Pieper). La esperanza es fundamentada aquí, por un lado en términos como por-venir, ser-más a partir de un previo no-ser-aún, que son de inspiración heideggeriana; y por otro lado en términos de «homo viator», de procedencia más bien teológica.
Luego, a partir de algunos casos límite -el enfermo incurable, el suicida, el mártir y el condenado a muerte-, Pieper ilustra la diferencia entre el objeto de la esperanza, que cambia según las situaciones, y la esperanza fundamental, que es definida como «la actualización y el apaciguamiento plenos de la persona». Frente a ello, la desesperación, que es la extinción del porvenir, tiene su raíz en el aburrimiento y en la acedia, tratados respectivamente por Heidegger y por los clásicos, y que se manifiestan en actitudes como la charlatanería y la curiosidad, también estudiadas por esos autores.
Finalmente, la muerte es como la aporía absoluta de la esperanza o, al contrario, el horizonte que la hace posible, pues la esperanza sólo tiene sentido para un ser histórico. Ahora bien, el evento de Hiroshima pone ante la mirada del hombre la autodestrucción total como una posibilidad real. Esto anula la idea de una Nueva Jerusalén terrestre pero histórica, según sostenía el «principio esperanza» de Bloch, con todas las utopías y todas las filosofías del progreso. No sólo es un incierto consuelo frente a la propia muerte esperar que en el futuro la humanidad se constituirá armónicamente, sino que es realmente posible que la humanidad, en vez de armonizarse, se destruya.
Pues bien, Pieper se sitúa por encima de la alternativa entre Hiroshima y la Nueva Jerusalén histórica. Porque no es el paraíso en la tierra el objeto de la esperanza fundamental. La esperanza fundamental espera en una trascendencia, o por lo menos espera respecto de una trascendencia, en la que el hombre y la humanidad puedan ser transpuestos a pesar tanto de la destrucción como de la consumación históricas e intratemporales. Para el hombre tiene sentido la esperanza no sólo porque es un ser histórico, sino también porque es un ser transtemporal.
Pieper piensa la existencia humana como una dialéctica entre una naturaleza dada como un mínimo, y una tendencia, en parte determinada y en parte libre, a una realización plena. Es en esta dialéctica donde él emplaza la esperanza, siguiendo el planteamiento clásico, como una virtud teologal. Los trabajos de Pieper se centran sobre todo en la diferencia entre esperanza y espera, en la esperanza como virtud teologal y en su fundamentación antropológica y ontológica. Schumacher completa el planteamiento añadiendo un análisis de las características de la esperanza y defendiendo que es también una virtud natural.
Alberto Ciria