Alfaguara. Madrid (2005). 447 págs. 19,50 €. Traducción: María José Delgado.
«Una historia en bicicleta» se editó primero como audiolibro y más tarde apareció impreso, cuando el novelista Stephen King la descubrió y recomendó su publicación. A las pocas semanas, se convirtió en un «best-seller», del que ya se han vendido más de 150.000 ejemplares, y se anuncia su traducción a 14 idiomas. Y es que esta novela, con sus luces y sombras, tiene sentido del humor, aire de tragedia y mucha humanidad. Ron McLarty es un conocido actor de cine, teatro y televisión que, tras muchos años dedicado a escribir, con fracasos a cuestas, ha conseguido por fin que una de sus obras sea editada, y además con este éxito.
Smithy, el protagonista y narrador de esta historia, trabaja de supervisor en una fábrica de juguetes, donde su misión es asegurar que los brazos de los muñecos estén montados con las palmas hacia dentro. Tiene 43 años, pesa 126 kilos y desde que se independizó de su familia se ha convertido en un gordo solitario que se pasa las noches bebiendo cerveza y viendo partidos de béisbol por televisión. La novela comienza con la muerte en accidente de los padres de Smithy. El mismo día del entierro, al abrir la correspondencia de sus padres, lee una notificación procedente de Los Ángeles en la que se dice que tras veinte años de búsqueda, han encontrado muerta a su desaparecida hermana Bethany. En un ataque de desesperación, Smithy se monta en su antigua bicicleta y emprende viaje a Los Ángeles, no sabe con qué intención.
Al compás de las pedaladas, Smithy recuerda los principales hechos de su vida y su relación con sus padres y con su hermana enferma. Bethany tenía sus momentos de lucidez; sin embargo, repentinos ataques de locura la llevaban a escaparse de casa. Tan dura situación une más a la familia y es, en definitiva, lo que da sentido al esperpéntico viaje de Smithy. Esta historia familiar engrandece la novela, pues demuestra los buenos sentimientos de todos, que hacen cuanto pueden por sacar adelante a Bethany.
A la vez que rememora su fracasada vida, Smithy cuenta los inesperados encuentros con diversos personajes: un sacerdote católico, un homosexual enfermo, una familia con un niño pequeño al que Smithy salva en una tormenta, unas excursionistas, un camionero… Estos parones sirven para que Smithy encuentre un sentido a su vida y para que reflexione sobre su futuro. Smithy no es precisamente ejemplo de nada, pero el viaje sirve para purificar sus deseos e intenciones. En la novela aparecen pasajes esporádicos de mal gusto, a veces molestos por sus explícitas referencias sexuales, que de alguna manera definen la gris y sensual personalidad de Smithy, un ser demasiado terrestre y obvio. Pero esos detalles sensuales tienen también un sentido, pues Smithy acaba descubriendo que ahí no se encuentra la felicidad.
Novela, pues, ambiciosa, que toca muchas teclas. Lo mejor es quizá la creación de un personaje simple y bonachón, y los valores positivos que el autor introduce en medio de escenas simpáticas y dolorosas con las que quiere reflejar una parte de la realidad norteamericana, un tanto caótica e imposible de abarcar, pero que es también el mejor escenario para que florezcan los buenos sentimientos.
Adolfo Torrecilla