Este libro de Edith Stein forma una trilogía con otros dos ensayos suyos, a saber: Contribuciones a la fundamentación de la Psicología y las Ciencias del Espíritu, e Individuo y comunidad, a los cuales se suelen referir los editores como sus obras de juventud. Stein comenzó a redactar su reflexión sobre el Estado a finales de 1920, unos meses antes de su conversión al catolicismo, aunque el texto se publicó cinco años después en el Anuario de Fenomenología dirigido por Edmund Husserl.
Uno de los problemas centrales que trata es el de la soberanía del Estado, sin la cual este no podría subsistir. ¿En qué se refleja esta soberanía? ¿Quién se la otorga? Según Stein, esta no se manifiesta como independencia absolutista, ni le viene de una instancia ajena, sino que se despliega ante una comunidad o pueblo libre que asienta o rechaza sus dictámenes. Inversamente, la libertad en los ciudadanos no se hace efectiva sino en el respeto y obediencia a unos preceptos soberanos.
Además de aludir al nexo entre libertad y obediencia a unas normas, explica que de la misma manera que las insurrecciones anulan de facto la legitimidad del Estado, su consolidación depende de su aptitud a la hora de legislar y dar órdenes.
Stein toma la distinción entre comunidad y asociación de Ferdinand Tönnies, pero no las separa, sino que explica la base comunitaria de toda relación asociativa. Contempla, pues, al Estado como sustentado en la comunidad, que le dota de contenido. Más presente está la influencia de su colega y amigo en Gotinga Adolf Reinach, de quien toma la diferencia entre Derecho puro con validez esencial o a priori y Derecho positivo promulgado; el segundo es el que requiere el Estado, al ser incapaces los ciudadanos de valerse por sí solos en un régimen ideal o utópico.
El Estado moderno es solo una respuesta a la necesidad de Derecho positivo que tiene toda comunidad humana. Pero Stein se aleja tanto del Estado colectivista, deshumanizado y burocratizado al máximo, como de la raison d’État, que transcurre paralela y por encima de la vida de comunidad, de la que, por el contrario, y al igual que el árbol la sorbe de la tierra, obtiene su savia.
Termina el ensayo con un capítulo dedicado a las relaciones del Estado con los valores morales, con las obligaciones de justicia y con la religión. Es la persona, así como otros principios, los que impiden atribuir al Estado funciones que exceden su competencia.
Nos encontramos ante un libro profundo que plantea interrogantes filosófico-políticos muy relevantes, pero que desgraciadamente ha pasado desapercibido. Ayudará a reflexionar sobre temas de fondo imprescindibles en la reflexión contemporánea sobre la democracia y sobre la naturaleza de la convivencia política.