Dentro de una nueva colección, la editorial Anagrama reedita esta amena novela de Franz Werfel, judío nacido en Praga en 1890 y muerto en 1945, conocido quizá por su libro sobre Santa Bernardette de Lourdes –lugar que tanto impacto espiritual le causó– y también por haber estado casado con esa singular mujer a quien todo el mundo llama todavía Alma Mahler, ya que contrajo su primer matrimonio con el famoso compositor. También es autor de la novela Los cuarenta días de Musa Dagh (ver Aceprensa, 24-03-2004), sobre el genocidio del pueblo armenio, y de otras novelas que reflejan muy bien el ambiente centroeuropeo en unos años convulsos. Werfel huyó de Viena en 1938 para refugiarse primero en Francia, hasta el verano de 1940, y luego en Estados Unidos, donde vivió hasta su muerte.
La acción de esta breve novela transcurre en un solo día del otoño vienés de 1936. El protagonista, un distinguido funcionario del Ministerio de Educación, recibe una carta de recomendación, enviada por la única mujer de la que estuviera nunca enamorado. La había conocido, ya casado, en sus años juveniles de estudiante, y la abandonó cuando quizá esperaba un hijo.
Leer las pocas líneas en las que le pide ayuda para un joven brillante le produce una profunda inquietud y le induce a examinar a fondo su confortable existencia presente, lograda gracias al matrimonio con una rica heredera. La lectura de esa carta, en apariencia insustancial, dispara sus olvidados remordimientos. Sin embargo, el miedo a todo lo que tiene que perder lleva a su alma una lucha dura y sorda, tanto más amarga cuanto que su antigua amante, y en consecuencia su hipotético hijo, son de raza judía. Confesar sus vínculos con ambos en la época en que la anexión de Austria a la Alemania nazi se adivinaba inminente exigía una audacia rayana en la locura.
La frustración personal, la amenaza hitleriana y el peligro de la guerra forman en ese único día de la novela un hábil planteamiento argumental. El tratamiento narrativo de corte sentimental, que todavía hoy conserva su vigencia, se enmarca en una ambientación muy bien caracterizada. El protagonista es a la vez un hombre de ayer y de siempre, que se enfrenta al clásico dilema entre dignidad espiritual y seguridad material.
La obra, que sintetiza el espíritu de una época agitada, censura la mezquindad de sus dudas y temores, que se resuelven de un modo inesperado y lleno de ambigua ironía. De forma paralela encierra una crítica contenida pero muy dura hacia la alta burguesía austriaca que, según Werfel, aceptó con alegría la prosperidad prometida por la Alemania del III Reich, y a cambio fingió ignorar su salvaje antisemitismo.