Ser cristiano en Irak no es solo una de tantas posibilidades. Supone arriesgar la vida a causa de un proceso de islamización que busca acabar con las minorías. Desde que comenzó la persecución en Irak, millón y medio de cristianos ha muerto por el hecho de serlo, y solo en 2014, otros 2,2 millones de personas huyeron de la región. Pero el miedo que empuja a salir de la zona por un más que comprensible instinto de supervivencia provoca también reacciones singulares: Una rosa en Irak cuenta todo esto a través del testimonio personal de Pascale Warda, política y activista de los derechos humanos, que regresó a su tierra en 1992, mientras muchos compatriotas iraquíes salían en bandadas buscando refugio en Europa y América.
El libro, primera obra de la periodista Ana Gil, es una combinación de acción y sentimientos contenidos. Cuenta la tozuda historia de los Isho, que, como muchos cristianos asirios del Norte de Irak, desde los años 70, fueron desplazados injustamente de sus casas y tierras en varias ocasiones, amenazados y masacrados… Sin embargo, decidieron volver a sus raíces una y otra vez, reconstruir sus casas, cultivar sus campos y levantar su iglesia con renovadas esperanzas.
En 1981, mientras sus hermanos optaron por la lucha política, Pascale Isho prefirió volar a Europa a estudiar Filosofía para combatir con las ideas. Desde Francia y, ya integrada en organizaciones de asilo, comenzó su particular campaña por la paz y la convivencia, con la que consiguió preparar un futuro mejor a muchos desplazados y, años después, liberar a sus propios familiares de la reclusión de los campos de Estambul.
Cada capítulo es la imagen viva de los refugiados, la misma que hoy miramos de soslayo a través de los informativos, con su goteo de noticias sobre los llegados a Grecia y Turquía, o el triste recuento de las barcas que se hunden cada noche en el Mediterráneo. Los sucesos recogidos por la autora cuentan con un valor añadido, difícil de transmitir en informaciones convencionales: la fuerza de la esperanza y el perdón que anida en los cristianos. Desde las primeras páginas el lector descubre el impulso interior que mueve a los que, como Pascale y su marido William Warda, luchan por la libertad y la convivencia en Irak.
En 2005, Pascale llegó a ser ministra del primer gobierno de transición sostenido por los americanos, tras el fin del régimen de Sadam Hussein. Antes y después de su fugaz paso por el gabinete de Ayad Alaui, donde ocupó la cartera de Inmigración y Refugiados, también trabajó por la paz desde organizaciones a favor de los derechos humanos.
Hoy, ya lejos de la política y en la Organización de Derechos Humanos de Hammurabi, sigue tratando de proteger a las minorías buscando ayuda humanitaria y el apoyo de juristas internacionales. Con su esperanza consiguió vencer el odio ante los ataques de Al Qaeda a las iglesias cristianas llenas de fieles en 2010. Más tarde, ya en 2014, quiere hacer frente a lo que considera “una interpretación extremista de la ley islámica” que progresivamente empeora las circunstancias de caldeos, cristianos asirios, turcomanos, yazidíes…, bajo la crueldad del Estado Islámico.
Si detrás de cada gran hombre parece que hay una gran mujer; en este caso, bien podría decirse que tras Pascale Warda hay al menos tres grandes hombres: su padre, Youhanna Isho, al que debe la fe y la tenacidad ante las adversidades; su hermano Dominique, que creyó en su sueño político y le respaldó desde la infancia, y su marido y compañero, comprometido también en la defensa de la democracia y los derechos humanos.