Si no existiera Internet, si en el año 2007 John Maloof, un coleccionista, no hubiera comprado en una subasta de barrio varias cajas de negativos que luego resultaron inútiles para su trabajo sobre la ciudad de Chicago, y si Allan Sekula, experto en fotografía, no hubiera visto en la web la oferta de Maloof para vender los lotes de negativos que había adquirido, es muy probable que jamás se hubiera conocido la existencia de la fotógrafa Vivian Maier y que esta novela no se hubiera escrito. Pues lo que Berta Vias Mahou narra en Una vida prestada es precisamente la historia de una pasión llevada al extremo: la entrega total de Maier al arte de la fotografía. Una entrega que no esperaba recompensa y que fue completamente incondicional.
A propósito de esta narración hay que tener siempre presente que se trata de una novela biográfica, no de una biografía: hay episodios ficticios que son creación de la narradora. Con todo, Vias Mahou traza un retrato fiel del carácter y de las ideas de la fotógrafa: independiente, campechana, amante de la libertad, feminista y con una mirada siempre comprensiva hacia los débiles, los marginados, los enfermos y, sobre todo, hacia los niños.
De los seis capítulos, el primero y el sexto, bastante breves, funcionan como el marco de la obra. En los restantes, la narradora presenta los orígenes de Maier y la búsqueda de una profesión que le permitiera la suficiente libertad para vagar por las calles disparando su máquina. Su amor por los niños le hace decantarse por ser niñera. No será nunca rica, pero tendrá comida caliente y cama; no tendrá casa propia, pero será siempre independiente, un ser en la sombra, disfrazado con el traje de niñera, que puede despedirse cuando quiera de su trabajo para viajar a cualquier lugar y seguir haciendo fotografías. La contrapartida es la falta de recursos, que le impedirá revelar sus negativos, la soledad y la huida constante del amor y de cualquier vínculo que pueda comprometer de modo serio su libertad.
También se retrata la visión que Maier tiene de la fotografía comercial. Un mundo para ella corrupto, en el que los modelos adoptan falsas poses que a Maier no le interesan en absoluto. Ella busca la verdad, aunque para ello tenga que estar hablando durante dos horas con el fin de que la persona a quien quiere retratar se duerma.
Esta es una obra doblemente interesante: por un lado, relata de un modo veraz la vida de una mujer prácticamente desconocida por el gran público; por otro, la autora se atreve a usar una voz narrativa poco convencional y que en un principio puede desconcertar al lector: la segunda persona del singular. Esta perspectiva, predominante en toda la novela, puede explicarse si se atiende al modo de fotografiar de Vivian. A ella le gustaba firmar su obra mediante la aparición de su rostro en alguna parte de su fotografía. Así, este libro puede entenderse como un autorretrato en segunda persona, una instantánea de lo que podría ver en un espejo la fotógrafa al intentar retratar a un moribundo, con su característica mezcla de objetividad y compasión.