Tusquets. Barcelona (1993). 450 págs. 2.900 ptas.
David Grossman (Jerusalén, 1954) es uno de los escritores israelitas más importantes de su generación. Preocupado por el destino de la memoria colectiva de los judíos, propone en sus novelas la necesidad de la paz: paz en las conciencias y paz en las difíciles relaciones entre los palestinos y los judíos.
Véase: amor trata sobre las desgajadas vidas de los judíos supervivientes de los campos de concentración. Grossman quiere hacer este retrato desde una perspectiva actual, distinta, no con la intención de volver trágicamente sobre el pasado para hacer llorar.
Demasiadas pretensiones, tanto formales como de contenido, tiene esta novela, estructurado en cuatro partes muy diferenciadas: las memorias infantiles de Momik, un trasunto del autor y del narrador; la investigación sobre un escritor judío desaparecido; las extrañas relaciones entre el jefe de un campo de concentración y el abuelo de Momik; la cuarta es un diccionario múltiple sobre lo escrito anteriormente.
Las intenciones de la novela se pierden en una maraíía de simbolismos, con los que el autor huye del realismo literario y social. De ahí que todo sea una nebulosa, o un batiburrillo intelectual falto de emoción, insípido, alegórico. Salvo la primera parte, la que cuenta la infancia de Momik, un niño que crece en Jerusalén rodeado de personajes que proceden del Más Allá (la Europa nazi), el resto se pierde en inaprensibles pretensiones totalizadoras, experimentos formales que se quedan en lejanos apuntes, tímidos bosquejos de lo que podría haber sido una gran novela.
Adolfo Torrecilla