Paul Verlaine fue el primero en hablar de “los poetas malditos”, aquellos creadores que, como su amigo Rimbaud, decidieron habitar en lo que, después y con acierto, Carl Jung llamó la sombra. Pero él, padre de los simbolistas, también se ubicó en esa zona de oscuridad total donde la lógica se rinde ante las pasiones, por muy buenas intenciones que se tengan. Así, su poesía, como la de Baudelaire, está llena de puentes o pasadizos que conducen a la penumbra de la perdición o el pecado.
Para Stefan Zweig, Verlaine no era solo una influencia magnética, sino un poeta débil, arrinconado, vencido por la perversión. Con este breve ensayo biográfico, en el que el gran defensor de la cultura europea expresa su admiración y reconoce la imperecedera a…
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