Esta obra del filósofo y empresario mexicano plantea tres cuestiones básicas: el fundamento de la dignidad de la persona humana, la selva de lo superfluo y la escalada hacia las propias cumbres. Los títulos de los capítulos dos y tres corresponden al planteamiento del libro como un viaje.
El primer capítulo responde a la pregunta ¿dónde estoy? Llano va a la raíz de los retos del hombre en el siglo XXI. Muchas personas desconocen el fundamento de su identidad; si el ser humano es un paso más en la cadena evolutiva de la materia, no tiene sentido hablar ni de dignidad ni de finalidad. Llano apuesta con decisión por el sentido trascendente de la persona; con una dignidad tan alta que le convierte en el único ser de la tierra con un valor de fin. El ser humano no puede ser usado como medio, pues se le cosificaría.
En el segundo capítulo aborda la consideración del uso de los bienes materiales, de los cuales unos son necesarios, otros convenientes y algunos superfluos e incluso nocivos. No hay una línea fija que separe unos de otros, pero sí prudencial; si queremos valorar a las personas por el ser en lugar de por el tener, siempre habrá bienes necesarios y otros superfluos o nocivos. Determinar en cada caso en qué grupo entran los bienes requiere ser templados para no llenarse de objetos y rechazar los superfluos y los nocivos; en el terreno educativo, es patente la necesidad de que los padres actúen con coherencia.
En el tercer capítulo de esta expedición hacia el centro del hombre, es básico saber qué es lo esencial para la persona, de lo contrario no alcanzaríamos la cumbre. Por ejemplo, un afán excesivo por ser feliz es una forma de no lograrlo; la felicidad es el resultado de un estilo de vida. Comenta el autor cómo es preferible apuntar a la excelencia aunque no se alcance, que apuntar a la mediocridad y lograrla; es urgente volver a encontrar la dimensión vertical en la vida de las personas, esa dimensión que nos hace elevarnos por encima de los instintos y que nos permite vivir con plenitud la condición humana.
El autor no cae en una visión espiritualista de la vida, sabe que el ser humano tiene necesidades materiales y que incluso el amor, parafraseando a Lewis, es como un árbol, que para crecer alto necesita tener hondas las raíces, bien arraigadas en la tierra que lo sustenta.