Aunque no se puede decir que haya estado alguna vez desaparecido de la esfera pública –para muestra, precisamente, este libro–, desde que dejó el Tribunal Constitucional, Andrés Ollero ha intensificado su presencia en los medios. Y es de agradecer, no solo porque haya sido un testigo privilegiado –desde la cátedra, desde el escaño, desde el Constitucional y ahora en el Instituto de España– de lo acontecido en las últimas décadas, sino por su clarividencia. Es de esos que demuestra sus convicciones con hechos y defiende el valor de la discusión pública como hay que hacerlo: debatiendo.
Ahora reúne las entrevistas que ha concedido a lo largo de su carrera, desde 1977 hasta 2022, abordando en ellas temas tan variados como preocupantemente actuales. Siempre ha mostrado una actitud independiente y ha valorado como muy pocos lo que implica el pluralismo democrático. En algunas entrevistas explica, por ejemplo, que la libertad y el respeto por el derecho no pueden defenderse desde una escrupulosa neutralidad, del mismo modo que la tolerancia tiene sus límites.
Para los vientos que soplan hoy podría muy bien recuperarse esta cita, que pone el dardo en el centro de la diana, a pesar de que son declaraciones de 2007: “Si queremos hablar en serio de Estado de Derecho, habrá que identificar al derecho con una justicia objetiva capaz de someter a control al Estado; de lo contrario, lo que pretendemos es puro derecho del Estado”. Consciente de que la sociedad solo puede funcionar cuando se respetan valores y normas, siempre ha mostrado recelo por los tentáculos del poder político.
También ha combatido los perniciosos efectos del partidismo ideológico. Admirador del Mairena de Machado y de Ratzinger, del primero ha adquirido un hondo sentido común y del segundo un amor desinteresado por la verdad. Desde este punto de vista, un intelectual de la talla de Ollero solo ha podido funcionar de forma regeneradora en el Congreso. Al irse figuras como él, se han perdido un poco las buenas maneras en el hemiciclo.
Además de la política, aparece también en estas páginas la cuestión de la laicidad y la diferencia entre la declaración constitucional y las propuestas laicistas de muchos. Según Ollero, el Estado debe reconocer la presencia de lo religioso porque forma parte de lo social; al mismo tiempo, los valores de la fe pueden ser beneficiosos para la convivencia.
Son muchos, pues, los temas reflejados en este volumen. En repetidas ocasiones se le ha preguntado por cuestiones personales como, por ejemplo, su pertenencia al Opus Dei, de la que Ollero habla con normalidad, comentando que le ha transmitido amor por la libertad. Vivir es argumentar, en fin, demuestra las dotes dialogantes y el buen conversador de un intelectual de referencia.