Alfaguara. Madrid (2005). 320 págs. 18 €. Traducción: Mario Merlino.
Aparece este libro acompasado con la reciente concesión del premio Príncipe de Asturias de las Letras a su autora, la brasileña Nélida Piñon. «Voces del desierto» recrea la vida de Scherezade, la princesa protagonista de «Las mil y una noches». Se trata, pues, de un ejercicio al estilo de tantas reelaboraciones que ha dado la historia literaria. La reescritura de un libro canónico no tiene por qué ser una mala copia, sino más bien un estímulo creador que manifieste la vigencia de los clásicos. Sin embargo, la versión arabizante de Nélida Piñon resulta fatigosa y monológica.
De hecho, llama la atención que se omitan los diálogos, ausencia que no se salva por un lenguaje poético auténticamente poderoso. Pero el mayor problema recae en la obsesiva redundancia de la prosa de Nélida Piñon. Mientras «Las mil y una noches» atrapa al lector con el encanto mismo de sus historias, el pastiche de Nélida Piñon discurre en círculos concéntricos hasta la exasperación. Una y otra vez se nos cuenta lo mismo. Empeñada en imaginar los entresijos de la historia de Scherezade, aquello que no se refiere en «Las mil y una noches», la autora transita por lo más obvio (las relaciones eróticas con el Califa contadas con una gran vulgaridad) o incorpora otros relatos que expliquen de dónde sacó la princesa sus cuentos.
Es significativo que la heroína sólo encuentre comprensión y cariño entre las mujeres: la esclava Jasmine, su hermana Dinazarda o el aya Fátima. De ahí que el desenlace no sólo sea políticamente correcto sino también previsible: la hermandad entre las mujeres, seres marginados y subalternos, lleva a la consecución de la libertad individual, es decir, al rompimiento de un compromiso impuesto por el varón. Sin duda, el mensaje feminista actualiza (y contraviene) el fondo original de «Las mil y una noches». Esto, en sí, no es censurable. Sí lo es, en cambio, la ausencia de imaginación, la obscenidad, la falta de sentido del humor o la inconsistencia de los personajes.
Javier de Navascués