Acantilado empieza con Winesburg, Ohio (1919) la publicación de las obras completas de Sherwood Anderson, del que recientemente Lumen ha publicado también una selección de los relatos que escribió a partir de 1919 (ver Aceprensa 24-06-2009). Lo hace después de redescubrirnos a William Saroyan, con quien Anderson guarda no pocas afinidades. Quien aprecie las historias sencillas, esenciales y con una verdad dentro, contadas como al calor de una hoguera, disfrutará con la lectura de ambos.
Winesburg, Ohio –también “redescubierta” ahora por Viena Ediciones- es una colección de cuentos sobre las andanzas del joven periodista George Willard, que bien puede leerse como una novela. Es, también, una de las mayores obras literarias del siglo XX. Su influencia se dejó ver, por ejemplo, en los cachorros de la naciente generación perdida (William Faulkner, Ernest Hemingway…).
A lo largo de más de veinte relatos, Anderson explora el Medio Oeste americano, tomando como referencia la vida de un pequeño pueblo de Ohio, con su calle mayor, su hotel en declive, su estación de ferrocarril… El protagonista es George Willard, reportero de un periódico local que encuentra la inspiración para sus crónicas en las historias que le cuentan sus vecinos. La confianza que suscita le convierte en depositario de una memoria ignorada y volandera, que probablemente se pierda tras la marcha del joven a la ciudad, hecho que sucede en el último capítulo.
Y es que hay algo muy precario en la existencia de la propia Winesburg, como en la de tantas y tantas zonas rurales de Estados Unidos (y del mundo entero). Tarde o temprano, a sus habitantes la calle principal se les queda pequeña. Anderson nos habla en este libro de un mundo que se está quedando atrás. Por sus páginas desfilan numerosos seres desplazados o sencillamente “raros”, que viven en los márgenes y se bandean entre la realidad y el deseo, hasta que asumen finalmente su soledad.
Desde cualquier perspectiva -la estética, desde luego, pero también la sociológica y la psicológica-, Winesburg, Ohio es una lectura muy recomendable. Sherwood Anderson supo dar vida a toda una comunidad y creó personajes tan inmortales como los de George -el periodista que, como él, soñaba con ser escritor- y su madre.
A la suya, a Emma Smith Anderson, dedicó el autor el más famoso de sus libros. Sus “agudas observaciones acerca de todo lo que la rodeaba” despertaron en él “la inquietud de mirar por debajo de la superficie de las vidas ajenas”, tal como apunta en ese brindis inicial.
Quien lee a Sherwood Anderson comprende que no otra cosa es la literatura: mirar bajo la superficie de otras vidas, pero no por simple fisgoneo, sino para comprendernos mejor y encontrar alguna que otra certidumbre en el mundo.