El politólogo e investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, Ivan Krastev, coautor de La luz que se apaga publica sus reflexiones maduradas en tiempo de confinamiento, tras haberse trasladado de su lugar habitual de residencia, en la capital austriaca, a su Bulgaria natal. Propone, así, una serie de análisis sobre el mundo, Europa, la política, la economía y la sociedad.
Las pandemias, tal y como sucedió con la gripe española, no dejan una huella tan profunda en la sociedad como las guerras. Todo en ellas tiene mucho de difuso e incierto, tanto en las noticias como en las cifras reales de enfermos y fallecidos, pero los efectos de esta última están aquí y han venido para quedarse. De ahí el título del libro. El autor parece dar a entender que el ser humano tiende a ser inmovilista, y está convencido de que cuando el virus sea derrotado, otra pandemia, la de la nostalgia, afectará al mundo.
Krastev reconoce que, en marzo, a principios del confinamiento, se sentía capaz de predecir el regreso del Estado, el incremento del nacionalismo, la caída del liderazgo de EE.UU. o la crisis de los cimientos del proyecto de integración europea. Sin embargo, puso en duda las afirmaciones de que China fuera a salir más fortalecida de la crisis. Por el contrario, la pandemia provocó la mayor caída del PIB chino en más de medio siglo, además de cuestionar su diplomacia de soft power. Tampoco ha servido para mostrar que los autoritarismos gestionen mejor las crisis que las democracias, y a estas no les ha temblado el pulso para declarar medidas de emergencia. En realidad, no puede decirse que Bolsonaro o Putin hayan salido más reforzados de la situación.
Las conclusiones finales del autor están marcadas, como él mismo asegura, por las paradojas. Por un lado, la pandemia ha remarcado las deficiencias de la globalización, pero al mismo tiempo se ha mostrado como uno de sus principales agentes, pues todos hemos sentido la pertenencia a un mundo común. Por otro lado, a pesar de lo que se ha dicho, la crisis hará más necesaria que nunca la cooperación internacional, pues ningún país, por sí mismo, podrá recuperarse del desastre económico. Esto podría tener la consecuencia, forzada por la necesidad, de favorecer una mayor cohesión del proyecto europeo, amenazado por la irrelevancia. Por de pronto, Europa parece haber aprendido dos lecciones: no se puede depender del exterior en el ámbito sanitario y no se deben confiar las tecnologías del futuro, como el 5G, a un país como China.