Cinco años llevábamos desde que Sony Santa Monica nos diera el final de la venganza de Kratos contra el Olimpo en God of War 3. Parecía que las brutales andanzas del dios de la guerra habían terminado, pero esta nueva entrega demuestra que, lejos de estar agotada, la saga aún tiene fuerzas para saciar hasta a los más exigentes.
Ahora Kratos vive apartado del mundo, en las tierras nórdicas, y tiene un hijo, Atreus, del que debe cuidar, además de educar en el arte del combate. Sin embargo la irrupción de un desconocido de increíbles poderes le hace ponerse en marcha para evitar llamar aun más la atención.
Encontramos muchos cambios y muy acertados: para empezar ya no usamos las espadas del Kaos sino el hacha Leviatán, algo más acorde al entorno histórico en el que nos movemos. Tampoco hay contador de combos, ni el combate es tan frenético como en las otras entregas. Ahora hay que planificar mejor los golpes y contar más con el entorno. Además tenemos a Atreus, quien no solo es un acompañante, sino una verdadera ayuda para el espartano.
Las armas se siguen pudiendo mejorar pero ahora hay un mayor componente de rol que permite una enorme profundidad, lo que hace que cada jugador pueda adaptar el combate a su estilo, verdaderamente satisfactorio.
Pero sobre lo que hay que llamar la atención es sobre la cacicada del director del juego, Cory Barlog, de hacerlo todo en un plano secuencia. Es decir: desde que empecemos hasta que acabemos asistiremos a una única toma, no hay cortes ni transiciones. Las cinemáticas se integran a la perfección gracias a que están hechas con el motor del juego. Sin duda, todo un reto del que han salido tremendamente airosos y que da una magistral lección de hasta dónde se puede llegar cuando las cosas se hacen bien, con atención al detalle y amor por el cine y los videojuegos.
El resto del plano técnico es, sencillamente, deslumbrante: los escenarios rezuman calidad, los enemigos son muy variados y están brutalmente detallados, al igual que nuestros protagonistas, cuyos rostros y expresiones son apabullantes. El doblaje al castellano es excelente y nos mete de lleno en una historia padre-hijo realmente trabajada. La música, obra de Bear McCreary, tiene composiciones para el recuerdo.
Como puntos flojos hay que destacar la imposibilidad de ver a los enemigos que ataquen por la espalda, dado el plano elegido para la acción y la excesiva automatización para las secciones de plataformas: solo hay que apretar un botón, sin posibilidad de equivocarse.
Evidentemente, dado su altísimo nivel de violencia, es un juego solo para mayores de edad. Eso sí, los fans del espartano están de enhorabuena porque su regreso no solo ha sido por todo lo alto, también ha traído cambios arriesgados de los que han salido más que airosos.