Contrapunto
Susan Faludi, una de las más conocidas feministas norteamericanas, escribe en Newsweek (8-I-2001) un incisivo artículo sobre la traición que ha supuesto reconducir el feminismo a una pura cuestión de capacidad adquisitiva. Nada ha sido más rentable para muchos que orientar primordialmente el feminismo hacia el hecho de ganar dinero y, sobre todo, de gastarlo.
Faludi se hace eco del reciente estudio «Las voces de las mujeres del año 2000», patrocinado por el Centro de Políticas Alternativas junto con Lifetime Television en Estados Unidos. Los resultados muestran una creciente frustración femenina que puede ser interpretada de múltiples maneras. Una lectura simple sería que las mujeres están hartas de trabajar fuera de casa. Otra más moderada, y general, que les gustaría pasar más tiempo con sus familias. Y otra, que analiza Faludi, hace referencia a una cuestión más peliaguda: que la emancipación cifrada en el consumo es la clave de esa desilusión generalizada. Linda Tarr-Whelan, presidenta del Centro de Políticas Alternativas, parece dar en la diana al explicar: «Lo que dicen las mujeres es que no quieren una vida en la que sólo se trate de ganar dinero, quieren una vida en la que cuidar sea importante y una sociedad que lo reconozca».
Faludi reivindica el papel original del feminismo, que debe atender a la insatisfacción general de hombres y mujeres en busca de una felicidad hoy cifrada unívocamente en lo material, en el tener y ganar, y no en el ser y cuidar. «El movimiento de la mujer de los últimos dos siglos buscaba la igualdad y la independencia, no para que las mujeres fueran unas felices compradoras, sino para que fueran ciudadanas responsables y pudieran rehacer las fuerzas sociales en vez de someterse a los cantos de sirenas comerciales», dice Faludi. Pero desde los 80 la consigna parece ser decididamente otra: compro, luego existo -soy mujer-, aún disfrazada, eso sí, de la corrección política imperante. Ser mujer acaba saliendo carísimo, entre otras cosas. Evidentemente, el consumismo afecta a todos, hombres incluidos, pero en el caso de las mujeres lo hace, encima, con ínfulas de liberación.
Un vistazo a los modelos femeninos mediáticos -sean revistas femeninas o series de televisión- da buena muestra de ello. Se ha malinterpretado el original «tú puedes ser lo que quieres» (médico, abogado, etc.), mezclándolo con el «tú puedes -y además te mereces- tenerlo todo». Así, hoy se puede ser consumista y feminista, pero también ecologista y hasta solidaria (!), lo cual acaba siendo francamente surrealista y rematadamente falso. Tras un muestrario sobre regalos de Navidad con precios exorbitantes, o viajes con alojamiento en hoteles por lo que una familia media gasta en vivienda, quedan algunos huecos para que nos hablen de los niños de la calle, las mujeres maltratadas o el agujero en la capa de ozono. A lo que se unen fascinantes reportajes donde mujeres de variadas profesiones lucen como modelos (la máxima aspiración, al parecer), pero no hablan de lo que «hacen», que se suponía -antes- era lo importante.
Más que la independencia económica, se promociona el despilfarro, la autoindulgencia y la frivolidad. Lo cual no deja de ser chocante en una sociedad donde la mayoría de las mujeres que trabajan fuera de casa lo hacen no para «sus cosas», sino para poder pagar junto a su marido piso, colegios, comida, etc. El caos, especialmente de las mentes jóvenes, como señala Faludi, es tal que verdaderamente ya no saben de qué iba la historia esta del feminismo… y así salen. Y es que, en cualquier caso, no se puede prometer a nadie un jardín de rosas y, sobre todo, no se puede mantener un feminismo cifrado en una felicidad personal así entendida. A la igualdad por la estupidez (si ellos tienen strip-tease, tengamos nosotras boys) se ha sumado a la liberación por la Visa.
Aurora Pimentel