A mejor vida: Sampedro y la secta

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Algunos medios de comunicación han presentado el suicidio del tetrapléjico Ramón Sampedro como la «muerte ejemplar» de los que reclaman el derecho a poner fin a una vida insoportable. La dignidad humana se manifestaría aquí en la autonomía para decidir por uno mismo el momento y la forma de morir. Lo único que lamentan es que el suicidio o la eutanasia tenga que ser todavía en la clandestinidad, debido a que la ley se empeña en no reconocer esta libertad suprema.

Pocos días antes de la muerte de Sampedro, la noticia fue que la policía había evitado el suicidio colectivo de 32 miembros de una secta alemana en Tenerife. La prensa favorable al derecho a «morir con dignidad» debería haber condenado esta acción policial que interfería con la libertad de elegir la propia muerte. En cambio, la información transmitía una sensación de alivio ante el «éxito policial».

Puede alegarse que Sampedro estaba inmovilizado en un cama, mientras que los miembros de la secta gozaban de buena salud. Pero, en virtud del reconocimiento de la autonomía, hay que juzgar la calidad de vida según los patrones de cada uno. Si, como dice Sampedro en su carta de despedida, lo decisivo es respetar «la decisión de acabar con un estado físico y/o espiritual tomada por quienes no lo consideran favorecedor de una vida digna», habrá que respetar también la decisión de los miembros de la secta que consideran que la sociedad moderna no permite vivir con dignidad y esperan encontrar un estado espiritual más satisfactorio en el otro mundo.

Mientras que en el caso de Sampedro se dice que ha tomado su decisión de un modo racional, a los miembros de la secta se les presenta como seres engañados por una psicóloga extravagante. Pero los sectarios no eran unos patanes ingenuos, sino personas de nivel cultural medio o alto, algunos de ellos licenciados universitarios. De modo que la psicóloga podría aducir que ella no engaña a nadie, sino que es una experta en «cooperación al suicidio». A su modo, está llevando a la práctica lo que pide Sampedro en su carta: «Realicemos eutanasias planificadas -libre y voluntariamente decididas-, pero no en la clandestinidad y el aislamiento, sino a la luz pública y colectivamente».

Con el mismo esquema que la prensa ha aplicado a la secta alemana, podría haber dicho que la Asociación pro Derecho a Morir Dignamente es un grupo sectario que convenció a Sampedro de que para él era mejor morir que vivir. Otras personas en su misma situación se aferran a la vida. De hecho, la asociación de tetrapléjicos españoles ha manifestado que no comparte en absoluto la actitud de Sampedro.

Quienes consideran que Sampedro actuó de modo razonable, mientras que los miembros de la secta son unos locos, lo hacen en nombre de un modelo implícito: la enfermedad incurable es incompatible con una vida digna, mientras que si uno goza de buena salud matarse es un locura que debe impedirse. Pero si la autonomía es la razón última para justificar el derecho al suicidio, habría que respetar de igual modo todos los motivos que uno pueda aducir para despedirse de la vida.

Ignacio Aréchaga

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