En estos días hemos descubierto que la defensa de la salud reproductiva y la libertad de abortar implican también un nuevo derecho: el derecho a no saber. La reacción indignada por el nonnato protocolo sobre el aborto en Castilla y León, supone que ofrecer a una mujer embarazada –también a la que se plantea abortar– la posibilidad de ver en una ecografía algo que está ocurriendo en su propio cuerpo es un ataque a sus derechos. La mera imagen de esa vida incipiente en su seno supondría una amenaza para su libertad.
En tal caso, habría que plantearse por qué la ley actual admite el aborto como un acto médico. En todo acto médico se reconoce que el paciente debe estar debidamente informado y que cuantos más datos se le ofrezcan, más libre será su consentimiento. También es de rigor ofrecerle alternativas, de modo que pueda valorar los riesgos y ventajas, y las consecuencias de sus decisiones.
En cambio, cuando se trata del aborto, y más con la última reforma, se trata de hacerlo todo lo más aprisa posible y sin más justificación que la voluntad de la mujer. Por eso se ha anulado un mínimo plazo de reflexión y la entrega de información sobre posibles alternativas. No parece que haya otro acto médico en que se actúe así. Da la impresión de que el reconocimiento de la interrupción voluntaria del embarazo implica el derecho a no saber, a no mirar, a no ver qué es esa vida incipiente en el seno materno.
También es significativo que la misma imagen de la vida naciente cambie de valoración según los deseos de la madre. Si es un embarazo deseado, escuchar el latido del feto y ver sus movimientos será una fuente de alegría, que el médico estará encantado de mostrar. Si es un embarazo no deseado, el mero hecho de ofrecer esa posibilidad es visto como un atropello que suscita indignación. La misma realidad biológica puede ser vista como un hijo o como un amasijo de células, según los deseos. También la salud reproductiva tiene su lado mágico.
No culpabilizar
La medicina moderna conoce cada vez mejor al feto, hasta el punto de considerarlo un paciente sobre el que se puede intervenir para salvaguardar su salud. De ahí que la visión “progresista” del derecho al aborto tiene que dar la espalda a este progreso para ignorar la realidad de la vida en formación. Aquí se impone lo que los anglosajones han llamado trigger warnings, advertencias sobre un contenido que puede herir la sensibilidad de algunas personas y grupos. Si las imágenes pueden impresionarla, mejor no mire. Desde luego, la mujer embarazada es libre de mirar o no esas imágenes. Pero eso no amplía su libertad. Lo que hace más libre es siempre el conocimiento.
Presentar el aborto como incuestionable y por encima de valoraciones morales, no hace ningún favor ni a la importancia del debate ni a la retórica pro-choice
En defensa del derecho al aborto se dice que con tales imágenes se pretende culpabilizar a la mujer. También esto revela un aspecto peculiar del aborto como acto médico. Si el médico muestra a una paciente de cáncer de mama la mamografía de su tumor, elegirá verla o no. Pero en absoluto se sentirá culpabilizada. Si en el caso del aborto puede sentir una culpa, es porque admite una responsabilidad frente a esa vida que está formándose en ella. Está tomando una decisión que afecta también a otro.
Sin necesidad de condenar a nadie, es ineludible que el debate sobre el aborto suscite una valoración moral. Y es esto lo que está ausente en las reacciones que se limitan a decir que el aborto es un derecho de la mujer reconocido en las leyes y que cualquier juicio ético está de más en este asunto. Como si no se pudiera cuestionar nada que esté ya en las leyes. ¿Qué diríamos si ante el problema del coste de la vivienda y los altos alquileres los promotores inmobiliarios se opusieran a cualquier regulación alegando que el derecho de propiedad privada está sólidamente arraigado en la ley?
No cabe olvidar la perspectiva de lo que es justo o no al tratar del aborto, como no se olvida cuando se trata de un despido libre sin causa o un desahucio sin alternativas.
Naomi Wolf lo advirtió
Frente a lo que podría parecer, la postura que presenta el aborto como una conquista ya incuestionable y por encima de valoraciones morales, no hace ningún favor ni a la importancia del debate ni a la retórica pro-choice. Así lo vio la feminista Naomi Wolf, defensora del derecho al aborto, en un artículo de 1995 a menudo citado, en el que lamentaba que, a raíz de la sentencia Roe vs. Wade, los pro-choice hubieran abandonado el debate moral del aborto (ver resumen en Aceprensa). “Para su propio detrimento ético y político –escribía Wolf–, el movimiento pro- choice ha abandonado el marco moral de la cuestión del aborto. Ha cedido el lenguaje del bien y del mal a los adversarios”.
Esto tenía dos consecuencias negativas, en lo político y en lo ético. En lo político suponía perder apoyos. “Al negarse a mirar el aborto dentro de un marco moral, perdemos a los millones de americanos que quieren apoyar que el aborto sea legal pero necesitan condenarlo como algo moralmente malo”. Recordaba que los americanos siempre han necesitado que la lucha por un derecho tenga un núcleo ético.
La advertencia de Wolf resulta clarividente para explicar que millones de americanos provida resistieran durante años hasta que en 2022 el Tribunal Supremo cambió la doctrina de Roe vs. Wade para anular un derecho constitucional al aborto y devolver esta legislación a los estados. Abandonar el argumentario ético no fortalece las posturas políticas. Algo que en España debería tener en cuenta el PP, siempre tentado de ponerse de perfil en este asunto, para no parecer conservador.
La feminista Naomi Wolf defendía “la necesidad de contextualizar la defensa del derecho al aborto dentro de un marco moral que reconoce que la muerte de un feto es una muerte real”
La otra consecuencia negativa, decía Wolf, era de carácter ético. “Estamos en peligro de perder algo más importante que los votos, en riesgo de perder lo que solo podemos llamar nuestras almas. Aferrándonos a una retórica sobre el aborto en la que no hay vida ni muerte, enredamos nuestras convicciones en una serie de falsas ilusiones, mentiras y evasivas. Y así corremos el riesgo de convertirnos en lo que nuestros críticos nos achacan: seres insensibles, egoístas, hombres y mujeres destructivos que con toda tranquilidad comparten una visión rebajada de la vida humana”.
Atrévete a saber
Naomi Wolf se revolvía contra esta visión, pidiendo al movimiento pro-choice que adoptara una nueva retórica que tuviera en cuenta “la necesidad de contextualizar la defensa del derecho al aborto dentro de un marco moral que reconoce que la muerte de un feto es una muerte real; que en la decisión de abortar hay grados de culpabilidad, de juicio y de responsabilidad; que la mejor comprensión del feminismo supone exigir que mujeres y hombres hagan frente a las responsabilidades que son inseparables de sus derechos”. Defendía que el movimiento pro-choice estuviera “dispuesto a lamentar públicamente el aborto como un mal, aunque sea un mal necesario”. Y reconocía que la alta tasa de abortos en el país, que entonces suponía uno de cada cuatro embarazos, solo podía ser vista como ”un fracaso”.
No parece que la feminista Wolf haya tenido mucho éxito en sus propias filas. La necesidad del razonamiento moral en el debate sobre el aborto, la exigencia de matices según los casos, el reconocimiento de que se elimina una vida, la llamada a las responsabilidades, no están hoy en el discurso feminista. El aborto se defiende hoy con eslóganes sobre los derechos de la mujer, frases hechas contra las imposiciones de los reaccionarios provida, y silencio total sobre las responsabilidades. Si para Wolf el aborto era un mal necesario, hoy se ensalza como una conquista social. Si para la feminista norteamericana el aborto masivo era un fracaso, hoy en España la tasa de aborto es de uno por cada cinco embarazos y resulta normal. Así, el mero hecho de que una comunidad como Castilla y León, con una población envejecida, se plantee reducir esa sangría, resulta escandaloso.
En el debate sobre el aborto, tanto si se está a favor como en contra, es necesario mirar de frente la realidad. También aquí vale el lema de la Ilustración, que popularizó Kant: “Sapere aude” (Atrévete a saber).