Florence J. Achieng Oloo, premio Harambee 2023 (Foto: Santiago Quevedo)
Las mujeres que visten jeans y que, bolsos al hombro, caminan de prisa por las calles de Nairobi o van curioseando de tienda en tienda, no se parecen a las que, en la Kenia profunda, cargan sobre la cabeza un bidón de plástico con el que acarrean una y otra vez el agua que necesitan en el hogar, ese humilde espacio con paredes de adobe y techo metálico ondulado. Muchas de las primeras conocen sus derechos. De las segundas, no tantas.
Que los conozcan y los hagan valer es el propósito de Florence J. Achieng Oloo, impulsora del Women Empowerment Program Jakana-Kenyawegi, en la región de Kisumu, ribereña en el lago Victoria. Oloo, doctora en Ciencias Químicas, ha estado en Madrid para recibir el Premio Harambee a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana, que en su decimocuarta edición le ha entregado la ONG homónima, cuya colaboración se traduce en proyectos en la R.D. del Congo, Camerún, Nigeria, Uganda y Kenia.
Entre las pasiones de Oloo, para las que remueve cielo y tierra en busca de financiación, está promover la capacitación de los investigadores africanos “para que la ciencia se lleve a cabo éticamente en muchos de sus campos: ciencias sociales, ciencias medicinales, ciencias matemáticas”. Pero también tiene otra, alejada de los laboratorios, más pegada a la tierra (literalmente): trabajar para dignificar a las mujeres que viven en las zonas rurales de su país.
Todo empezó en el pueblo de Kenyawegi, que visitó hace unos 10 años, y donde observó la degradante situación de las chicas que, sin perspectivas de desarrollo personal, eran forzadas a casarse muy tempranamente o ejercían la prostitución “con esos hombres que aparecen en motocicletas”, para ganar algo de sustento.
“En ese entorno las mujeres tienen muchas dificultades. Yo he trabajado mucho con estudiantes universitarias, con mujeres de zonas urbanas, y no tienen tantos problemas como las que viven en zonas rurales. Te daré un ejemplo: una chica de 17 años acabó el colegio secundario y su madre no tenía dinero para enviarla a la universidad. Le dijo: ‘Yo he hecho lo que he podido, pero tengo otros hijos que sacar adelante. Tienes que hacer lo que puedas’”.
“¿Qué pasa con estas chicas? Que se van adonde los hombres, a obtener dinero a cambio de sexo, dinero que usan para cubrir sus necesidades más básicas. Esto pasa por todo el país. Nosotras vimos que esto no podía seguir siendo así”.
Según explica, habló con varias amigas, elaboraron una propuesta y tocaron a las puertas de la Kianda Foundation, una organización privada enfocada en la promoción de la mujer en Kenia. Obtuvieron dinero para un año, pusieron manos a la obra… y ya salió la primera hornada.
Invertir, producir, ahorrar, recomenzar…
El Women Empowerment Program, que comenzó en 2022, acoge durante tres meses a chicas de 17 a 30 años; unas 30 por aula. Les dan capacitación laboral –les enseñan a cocinar bien, a vender de cara al público– y les ofrecen asesoría y herramientas para emprender pequeños negocios. Las clases son lunes, miércoles y viernes, cuatro horas diarias, y siempre por la mañana, pues por la tarde tienen que ir al mercado, a sacar agua o a hacer otras labores. Además de lo anterior, reciben conocimientos sobre higiene y organización del hogar, y sobre seguridad alimentaria. La idea principal, sostiene Oloo, es que ganen en autoestima y dignidad; que sepan que no son objetos, sino seres humanos.
“Ahora intentamos encontrar financiamiento para ayudarlas a emprender, y estamos pensando a qué puertas vamos a llamar”
“Pasados tres meses los resultados eran patentes. Algunas, cuando llegaron al programa, tenían muy poco respeto por sí mismas: venían con la ropa sucia, el cabello despeinado… Tiempo después ya veíamos el cambio. Es poco a poco”.
A punto de empezar el curso con el segundo grupo de 30 –“no podemos tener a muchas; vamos una a una”–, nos cuenta que algunas de las ya egresadas han empezado sus negocios, y que una de ellas, con el dinero ahorrado, ha vuelto al colegio y se ha pagado ella misma la matrícula. Había que cortar el círculo, apunta, porque de lo contrario, se perpetuaría de una generación de mujeres a otra y a otra. “Y no puede ser”.
¿Prestan atención en clase las chicas realmente? “Sí, mucha. Además, les decimos que tienen que pagar algo, poquísimo: apenas un dólar, pero es para que lo valoren. Algunas lo pagan a plazos”.
De momento, el programa no les da a las participantes recursos financieros para empezar, solo las habilidades. Según Oloo, ya con estas en la mano, las chicas invierten de lo poco que tienen, compran algo, lo hacen producir y con el beneficio, 100 chelines (0,70 euros) pongamos por caso, destinan 20 al negocio, 20 a la casa, 20 al ahorro, y la inversión crece. “Ahora intentamos encontrar financiamiento para ayudarlas a emprender, y estamos pensando a qué puertas vamos a llamar”. ¿Alguna ayuda gubernamental? “Nada; el gobierno no participa. Ahí no encontraremos nada”, zanja.
Mayor autonomía, mayor respeto en casa
Mejor no perder el tiempo. La experta prefiere centrarse en el impacto del programa en las vidas personales y familiares de las chicas, que “están cambiando sus hogares”, señala. “Varias de estas jóvenes están casadas, y los maridos se dan cuenta del cambio. Son cosas pequeñas, pero que dicen mucho. Hay un cambio incluso en la actitud. Ellas son más conscientes de su dignidad, de que son personas capaces de ponerse en pie por sí mismas; de que, por ejemplo, pueden usar las tecnologías para sacar adelante a su familia –tenemos compañías de telecomunicaciones que fabrican móviles baratos para ellas–. En fin, de que no tienen que depender de esos hombres que llegan en motocicletas, pues pueden ganar su propio dinero y ahorrarlo. Es poco, pero pueden ahorrar”.
Con el desenvolvimiento personal, llega la autonomía, el mayor desahogo… También el respeto. “Lo he visto con mis propios ojos. Muchas vinieron a la graduación con sus esposos. Estos te dicen: ‘La casa está más limpia; ella está cocinando mejor’, y en vez de irse a beber, se quedan. ‘Estoy muy orgulloso de mi mujer. Antes no’, te comenta alguno. Ahora se respetan mutuamente”.
¿Situaciones de violencia…? “Todavía las hay, pero no tantas como antes. Esas situaciones se generan cuando hay mucho estrés en la familia: cuando no hay dinero porque ella no lo trae a casa, porque depende del esposo, y este, de un trabajo muy precario. Y con el estrés viene violencia. Ahora, como la mujer hace algo, aunque sea pequeño, el esposo la respeta”.
Entiendo, por último, que el premio de Harambee se destinará a reforzar esta iniciativa, que ya tiene en el horizonte no solo crear una guardería donde las chicas dejen a sus hijos durante las clases –los llevan consigo–, sino replicarse en otros pueblos rurales. “Todo el premio va al programa, y nos ayudará tanto con el curso del año próximo, como con el objetivo de ampliarnos. Es una ayuda que agradezco a Harambee enormemente”, concluye.