Vista de Ceuta desde la N16 en Marruecos. CC: hiroo yamagata
La crisis migratoria que se abatió sobre la ciudad de Ceuta entre el 17 y el 20 de mayo, amortiguada con el paso de los días, ha puesto de relieve no solo las complejas relaciones España-Marruecos sino también la no menos compleja geopolítica del área del estrecho de Gibraltar. Es una zona de delicados equilibrios en la que el interés de los actores implicados sería salvaguardar el statu quo, pues, en caso contrario, las consecuencias serían tremendamente negativas para todos.
Los ejemplos de las revueltas de la Primavera Árabe de 2011, que llegó también a tierras marroquíes, o de la guerra civil argelina (1991-2002) están ahí para recordar la fragilidad de algunos sistemas políticos.
Una crisis migratoria y diplomática
Los orígenes de la crisis responderían al descontento de Marruecos con la acogida en España de Brahim Gali, presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), para ser tratado del coronavirus en un hospital. El gobierno español alegó razones humanitarias, pero Rabat lo interpretó como un gesto inamistoso, una postura más de España contraria a la “marroquinidad” del Sahara Occidental, que recibió un espaldarazo destacado por parte del presidente Trump en diciembre pasado.
Algunos han tachado de “marcha azul” esta permeabilidad de la frontera marroquí con Ceuta, en comparación con la “marcha verde”, cuando miles de civiles marroquíes desarmados llegaron a las fronteras del entonces Sahara español en noviembre de 1975. Pero utilizar a la población civil como “escudos humanos” conlleva hoy el riesgo de dar una imagen negativa de un régimen no solo ante la opinión pública mundial sino ante su propio pueblo.
Marruecos ha explotado la división en el gobierno de coalición español en torno al Sahara Occidental
La principal similitud con la “marcha verde” sería que Rabat habría elegido unos momentos en que la política exterior española pasara por horas bajas como resultado de las disensiones en política exterior de un gobierno de coalición, en el que las posturas sobre el tema del Sahara son opuestas. La realidad es que la política exterior de cualquier país adolece de credibilidad si no existen consensos básicos y si desde fuera solo se perciben las divisiones internas.
En cualquier caso, Marruecos se ha sentido fortalecido en sus aspiraciones gracias al reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre el Sahara, que la Administración Biden no se ha planteado cuestionar dados los intereses en juego. No obstante, el reconocimiento iba ligado, aunque no se reconociera abiertamente, a la apertura de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel. Sin embargo, hay quien opina que los sucesos de Ceuta han sido también una demostración de nacionalismo irredento que pretendería contrarrestar el impacto sobre la opinión pública marroquí de los bombardeos israelíes de la franja de Gaza en los días precedentes.
Por lo demás, la crisis formaría parte, como en otras ocasiones, del proyecto marroquí de “reconstrucción nacional” que reclama la soberanía sobre el Sahara y sobre Ceuta y Melilla, aspiraciones presentes desde su independencia en 1956. Podría afirmarse que este proyecto, impasible ante cualquier argumento histórico o jurídico, se ha convertido en uno de los cimientos del trono alauita.
Por su parte, España, a lo largo de medio siglo, ha querido jugar la carta de la interdependencia de intereses y ha conseguido ser el principal socio comercial e inversor en Marruecos, por encima de Francia, y a esto se añade el aumento del turismo español en ese país, y de la comunidad marroquí en España, que supera las 800.000 personas. Esa interdependencia debería servir para apaciguar las tensiones, si bien muchas veces resulta insuficiente cuando la caldera nacionalista empieza a entrar en ebullición.
Marruecos y Estados Unidos: una relación de raíces profundas
Marruecos no puede esperar ninguna crítica explícita de Washington por la crisis migratoria, pues sabe que sigue siendo uno de los primeros socios estratégicos del mundo para Estados Unidos. Las relaciones entre los dos países tienen profundas raíces históricas, pues el sultanato de Marruecos reconoció como nación independiente y soberana a Estados Unidos en 1777, y ocho años después, por un tratado de paz y amistad, Marruecos abrió sus puertos a los barcos estadounidenses. Las relaciones diplomáticas propiamente dichas se establecieron en 1905, poco antes de que el país se convirtiera en un protectorado franco-español. En 1943, el presidente Roosevelt ofreció en Casablanca a Mohamed V su apoyo para alcanzar la independencia, y cuando esta llegó en 1956, el país norteafricano se convirtió en uno de los principales aliados de Washington durante la guerra fría.
Algunas monarquías árabes, como la de Egipto o la de Irak, fueron derribadas en aquellos años y sustituidas por repúblicas nacionalistas alineadas con la URSS. No fue este el caso de Marruecos, aunque en algunos momentos, sobre todo tras la caída del Sha de Irán en 1979, muchos analistas no concedían una larga duración a la monarquía de Hasán II, pero esta demostró una gran capacidad de resistencia, sostenida tanto por el nacionalismo como por la consideración popular del rey marroquí como Comendador de los Creyentes y descendiente directo del profeta Mahoma.
Marruecos se ha convertido en el socio militar más importante de los norteamericanos fuera del ámbito de la OTAN
El final de la guerra fría no debilitó los vínculos entre Washington y Rabat. Los marroquíes apoyaron a los norteamericanos en la Guerra del Golfo de 1991, pero el valor estratégico de Marruecos creció cuando ese mismo año Argelia se vio envuelta en una guerra civil con los islamistas. Marruecos adoptaba el papel de un muro protector de Occidente ante la amenaza islamista, una idea que se vio reforzada tras los atentados terroristas del 11-S. La guerra contra el terrorismo y la adopción de una política de libre comercio, plasmada en un tratado con Estados Unidos firmado en 2004, fueron los ejes de las relaciones entre los dos países.
Marruecos se ha convertido en la actualidad en el socio militar más importante de los norteamericanos fuera del ámbito de la OTAN. En octubre de 2020 se firmó la “Hoja de ruta para la cooperación entre Marruecos y Estados Unidos para el período 2020-2030”, que allana el camino para una cooperación amplia en el campo estratégico militar, la adquisición de armas y equipos, el entrenamiento militar o la cooperación entre los servicios de inteligencia. El acuerdo demuestra la importancia adquirida por Marruecos a los ojos de los norteamericanos, inquietos por la inestabilidad en la región del Sahel, con la presencia de grupos yihadistas en Burkina Faso, Níger, Malí, el sur de Túnez y Argelia.
Por lo demás, las maniobras militares más importantes del continente africano, promovidas por el Africom, el Mando Combatiente Unificado del Departamento de Defensa de Estados Unidos, tienen lugar en Marruecos.
Una política exterior ambiciosa
Marruecos nunca ha ocultado sus ambiciosos objetivos en política exterior. Por un lado, aspira a ser una potencia regional. La inestabilidad interna de Argelia, a la que se añade el oscilante precio de los recursos energéticos de dicho país norteafricano, ha contribuido a que Marruecos sea la potencia indiscutible en el Magreb. Este predominio quedaría asentado si los marroquíes obtuvieran el reconocimiento de iure de su soberanía sobre el Sahara, lo que debilitaría más aún a Argelia, la tradicional aliada del Polisario.
Fue precisamente el apoyo de muchos países del África subsahariana a la república saharaui lo que llevó a Marruecos a retirarse de la Unión Africana, aunque en 2018 volvió al seno de esta organización regional, lo que indica la voluntad de la diplomacia marroquí de afianzarse en el continente. Marruecos se considera un país árabe, pero no tiene a Oriente Medio por el eje principal de sus intereses. En efecto, las relaciones diplomáticas con Israel son para Rabat una cuestión secundaria, mientras que el reconocimiento internacional, y particularmente africano, de un Sahara marroquí es mucho más acuciante. La geografía ha hecho de Marruecos un país de África y pretende actuar en consecuencia.
Por otro lado, Marruecos pretende ser la vía natural de entrada de Europa hacia África. El país mantiene una serie de acuerdos con la UE que abarcan no solo los capítulos agrícola y pesquero, sino también el control de la inmigración. De hecho, en los últimos siete años Europa ha pagado más de 7.000 millones de euros a las autoridades marroquíes por su colaboración en los temas migratorios y de control de las fronteras. Ni que decir tiene que España, como país limítrofe, ha sido el principal valedor de Marruecos en las instancias europeas. No es previsible, por tanto, la congelación de estas partidas por la cooperación en el control fronterizo. Lo demuestra también el hecho de que España pretende limar asperezas y reducir la crisis migratoria a una cuestión bilateral, lo que explica que no se mostrara demasiada receptiva al ofrecimiento de ayuda de la agencia europea FRONTEX.
En el fondo, la diplomacia que practican Estados Unidos y Europa respecto a Marruecos es la del mantenimiento del statu quo. Parten del hecho de que sus intereses están mejor defendidos por la monarquía alauita que por cualquier otra alternativa, sobre todo si se tratara de un islamismo radical.