El 30 de junio se cumplió el plazo de transición previsto en el Acuerdo de Paz firmado en 2002 entre rebeldes y gobierno de la República Democrática del Congo. El Acuerdo obligaba al gobierno a realizar elecciones, si bien, por motivos extraordinarios, podrían retrasarse hasta un año.
El gobierno alega que aún se está realizando la inscripción en el censo electoral -en los últimos diez días de junio se registraron 250.000 nuevos votantes-, pero los partidos de oposición, en particular la Unión por la Democracia y el Progreso Social de Étienne Tshisekedi, han pedido la dimisión del gobierno de Joseph Kabila. Los enfrentamientos entre manifestantes y policías que siguieron a este boicot se saldaron con varios muertos. En la ciudad occidental de Mbandaka, los soldados del Fuerzas Armadas Populares del Congo, facción rebelde integrada en el ejército tras el Acuerdo de Paz, saquearon la ciudad. Incluso los funcionarios del Parlamento de Kinshasa anunciaron una huelga en protesta por el impago de sus sueldos.
Mientras permanece la incertidumbre acerca del futuro proceso electoral, el descontento ciudadano crece porque el gobierno ha fracasado incluso para lograr que la R.D. del Congo ingrese en el grupo de Países Pobres Muy Endeudados (HIPC, en las siglas inglesas). Este programa permite, desde 1996, reducir la deuda de aquellos países que se comprometan a invertir durante tres años los fondos liberados en la lucha contra la pobreza. El Fondo Monetario Internacional (FMI) debe comprobar previamente que el país en cuestión es insolvente y que las elecciones son democráticas.
El «Estado-bebé»
Según informa nuestro corresponsal Philémon Muamba Mumbunda desde Kinshasa, la R.D. del Congo sólo lleva un año aplicando un plan contra la pobreza, y puesto que las elecciones no están previstas hasta 2006, el FMI rechazó en mayo que el Congo pudiera ingresar en el grupo HIPC antes de la reunión que los directivos del FMI y del Banco Mundial mantendrán en agosto.
En el propio Congo, ni siquiera la petición de ingreso en el HIPC resultaba simpática, pues el pueblo está acostumbrado a oír que su país es rico y ahora le dicen que debe alegrarse de ser admitido en un club de países pobres. Y la gente no entiende que a Ruanda sí se le haya perdonado la deuda, aunque sea un país poco democrático: por no mentar el hecho de que las ambiciones territoriales de los dirigentes tutsis de Ruanda contribuyeron a la guerra civil congoleña.
Aumenta también la desconfianza hacia la ONU y las instituciones internacionales en general, en las que muchos ven falta de interés en restablecer el orden. En un artículo titulado «El Estado-bebé», el ministro de Sanidad congoleño, Émile Bongeli, afirmaba que «la R.D. del Congo ha llegado al nivel de verse alimentada y cuidada como un bebé al que se impone todo. Hoy día, los asuntos de la R.D. del Congo son asuntos de la comunidad internacional: incluso para dar una mano de pintura a los despachos de los ministros. La comunidad internacional elige la marca de los vehículos ministeriales, el tipo de ordenadores, la comida que nos sirven. En suma, todo nos lo da ella».
Santiago Mata