Primer artículo de una serie
¿Hay una crisis alimentaria dentro de la crisis del Covid-19? Si hay crisis no será por la falta de producción. Las cosechas de la temporada 2019-2020 han batido récords. Las reservas mundiales son abundantes. Los precios de los alimentos no se han disparado. Sin embargo, hay colas ante los bancos de alimentos en países ricos y situaciones de hambre en países de África, Asia y América Latina. No hay escasez, sino una crisis de acceso a la alimentación.
El cierre de fronteras y las perturbaciones en los sistemas de transporte podrían amenazar la seguridad en los aprovisionamientos, pero por el momento el sistema alimentario ha resistido el embate del Covid-19. Por efecto de la globalización, más países que hace 20 años dependen de las importaciones para alimentarse. Pero también hay más países exportadores y las compañías que dominan el complejo agroalimentario operan a escala mundial y con aprovisionamientos más diversificados.
Un sistema rodado
La crisis del coronavirus llegó en un momento en que la producción mundial de cereales y las reservas están a un nivel que los expertos califican de excelente. The Economist compara la situación actual con la de la crisis de 2007-2008, y constata que las reservas de cereales son el doble que entonces, los fletes más baratos y el precio del petróleo mucho más bajo, a 30 dólares por barril. Esto contribuye a que no suba el precio de los fertilizantes y del fuel que necesitan los agricultores.
Los fletes han funcionado bien para el transporte de productos agrícolas no perecederos. Más problemático es el transporte de productos perecederos, que son enviados por avión o en contenedores refrigerados. En una coyuntura en que el transporte aéreo ha caído un 80% en el mundo, los productores pueden encontrar muchas más dificultades para llevar sus productos a los mercados. Y esto supone que la producción se desperdicie y que los precios de algunas mercancías caigan en picado.
La suficiencia de la oferta es compatible con la dificultad económica de un creciente número de personas para comprar comida
Por eso algunas voces llaman la atención sobre los puntos débiles del sistema de producción agroalimentaria actual. Olivier De Schutter, copresidente del Panel internacional de expertos sobre los sistemas alimentarios sostenibles (IPES-Food), declara a Le Monde que la crisis actual revela los riesgos de la dependencia excesiva de las importaciones para la alimentación. Sin pretender la autarquía, hay que buscar un equilibrio entre la eficiencia y la resiliencia. “La eficiencia –dice– es la uniformización, la especialización, los grandes monocultivos (…) La resiliencia es una producción mucho más diversificada, y circuitos cortos de comercialización”.
Países ricos: supermercados abastecidos
Como en tantas cosas, los trastornos causados por el Covid-19 en el consumo alimentario son muy distintos en los países ricos y en los de ingresos medios y bajos. En los países ricos los consumidores tuvieron una primera reacción de acaparar comida, cuando se impuso el confinamiento. Pero pronto volvió la normalidad, cuando se comprobó que las estanterías de los supermercados se mantenían llenas.
La suficiencia de la oferta es compatible en estos países con la dificultad económica de un creciente número de personas para comprar comida. En grandes ciudades europeas y americanas, gente que en circunstancias normales no tenían problemas aunque vivieran al día, al perder su empleo y ver muy mermados sus ingresos han acabado engrosando las filas de los comedores sociales, de los repartos de paquetes de comida en parroquias y de los bancos de alimentos (tema del próximo artículo de la serie).
Aunque hay suficiente oferta, las restricciones a la libertad de circulación de la mano de obra agrícola entre países ha puesto en peligro la recogida de la cosecha en algunas zonas. Esto ha creado problemas en países de Europa Occidental, que para la cosecha dependen en gran parte de trabajadores temporeros de países como Marruecos, Rumanía, Bulgaria o Polonia. Son gente que suele venir cada año, que conoce el trabajo y que tiene la fortaleza para realizarlo. Este año muchos de ellos no han podido venir, y han tenido que ser sustituidos por trabajadores nacionales sin experiencia que han perdido sus empleos en otros sectores como la hostelería.
En España, según dijo el Ministro de Agricultura a principios de abril, se necesitaban de 75.000 a 80.000 trabajadores de temporada para garantizar las cosechas. Para encontrarlos, el Gobierno aprobó un decreto que permite excepcionalmente a los parados compatibilizar el subsidio de desempleo y el trabajo temporal en el campo. También ha prorrogado los permisos de trabajo de los inmigrantes cuyos contratos vencerían antes del 30 de junio.
Con el cierre de los comedores escolares y la hibernación de la hostelería, muchos productores agrícolas se han encontrado sin clientes
En otros países europeos, como Alemania, Italia o Francia, se han establecidos procedimientos especiales para permitir la llegada de trabajadores agrícolas de terceros países, a pesar del cierre de las fronteras. En México, muchos de los 250.000 trabajadores que obtenían un visado temporal para la recolección de la cosecha en EE.UU., se quedarán en casa este año.
Otro problema es que, con el cierre de los comedores escolares y la hibernación de la hostelería, muchos propietarios agrícolas se han encontrado sin clientes a los que vender sus productos y con una acumulación de existencias. Los ganaderos tienen que retener más tiempo animales que deben ser cuidados y alimentados a la espera de que vuelva la demanda.
También ha cambiado el tipo de alimentos consumidos: la gente no come lo mismo cuando está en casa que cuando come en la oficina o en la escuela. La demanda de carne ha caído y, según los operadores del sector, las cámaras frigoríficas de los distribuidores están llenas.
Sin seguridad de llenar el plato
Otra historia es la de la gente de países de ingresos bajos que tampoco antes de la pandemia tenían asegurado un plato en la mesa todos los días.
Ya antes de la pandemia, 135 millones de personas sufrían de inseguridad alimentaria aguda, según el informe publicado el pasado abril por la Red mundial contra el hambre, formada por organismos de la ONU, organismos estatales y ONG. Son situaciones en que la incapacidad de una persona para alimentarse pone en peligro su vida o sus medios de subsistencia. Las principales causas de la malnutrición son, según el informe, los conflictos bélicos (el factor clave que empujó a la inseguridad a 77 millones de personas), los fenómenos meteorológicos extremos (34 millones) y las turbulencias económicas (24 millones).
De los 135 millones de personas a las que se refiere el informe, más de la mitad (73 millones) viven en África; 43 millones, en Oriente Medio y Asia; y 18,5 millones, en América Latina y el Caribe.
Además, en 2019, 183 millones de personas estaban en la antesala del hambre aguda y en riesgo de caer en ella si se enfrentaban a una conmoción, como puede ser la pandemia de Covid-19.
El confinamiento en las grandes ciudades ha creado una situación dramática para gente que vive de la economía informal
Todos estos son datos anteriores a la crisis del coronavirus, que ha hecho perder a muchos el trabajo y los medios de subsistencia.
Dominique Burgeon, director de la División de Urgencias de la FAO, explica que la gran mayoría de esas personas que sufren inseguridad alimentaria “viven en el medio rural y dependen de la producción agrícola, de empleos de temporada en la agricultura, de la pesca y de la ganadería. Si caen enfermas o ven limitados sus movimientos o actividades, no podrán ir a trabajar sus tierras, ocuparse de sus animales, ir a pescar o llevar sus productos al mercado, comprar alimentos, procurarse semillas o adquirir equipos”.
Poblaciones vulnerables
La experiencia de la epidemia de ébola en el África Occidental en 2014 mostró que las restricciones de movilidad y los cierres de mercados trastocaron los aprovisionamientos y provocaron un alza de precios de los principales productos de alimentación. Y cuando poblaciones vulnerables pierden sus ingresos pueden verse obligadas a vender sus animales o sus aparejos de pesca para conseguir algo de dinero. La escasez también puede alterar los modelos tradicionales de trashumancia y provocar desplazamientos de población, lo que podría generar tensiones sociales y contribuir a propagar el virus.
Por eso la FAO advierte que, ante la epidemia del Covid-19, no basta atender las necesidades sanitarias de esas poblaciones, sino que hay que sostener también sus medios de subsistencia y su seguridad alimentaria. Para esto, dice Bourgeon, hay que proporcionar semillas, utensilios, alimento para el ganado y otros insumos a los agricultores y ganaderos, de modo que puedan producir alimentos para sus familias y sus comunidades, y generar ingresos.
El problema de países pobres volcados en la exportación de productos agrícolas puede ser la dificultad para colocar su producción en tiempos de pandemia. Así, Le Monde ilustra el caso de la región Fouta-Djalon en el norte de Guinea, donde 6.000 toneladas de patatas están almacenadas en cámaras frigoríficas alimentadas por precarios generadores eléctricos, a falta de sus compradores tradicionales. Y sin esas ventas la economía local se hunde.
A la FAO le preocupa la situación en zonas de África que ya sufrían crisis alimentarias, como el Sahel, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. En el África subsahariana, a la sequía y a las violencias de grupos como Boko Haram, hay que añadir la peor invasión de langostas de los últimos quince años, que pone en riesgo las cosechas.
Pero también en países como Afganistán o Siria los efectos del coronavirus pueden agravar la situación alimentaria ya fragilizada por los conflictos bélicos.
En otros países que dependen de las importaciones para alimentarse, como Venezuela y Cuba en el Caribe, el problema es la disponibilidad de divisas para comprar en el extranjero. De modo que lo que ya era una situación de escasez crónica puede agravarse aún.
El confinamiento en las grandes ciudades ha creado una situación dramática para gente que vive de la economía informal, lo que representa la mayoría de los empleos en África, Asia y países árabes. En los barrios de chabolas que rodean Nairobi, Johannesburgo o Daca viven gentes que se ganan la comida día a día. En situación normal lo consiguen, aunque siempre con inseguridad. Pero en tiempos de pandemia tienen que elegir entre el riesgo del virus y el riesgo del hambre.
La situación sería más difícil si se empezara a poner controles a la exportación de alimentos para luchar contra el alza de precios, como hicieron en 33 países durante la crisis de 2008. Por el momento, los mercados no han perdido los nervios.
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