Si Thomas Malthus proclamó, hace unos dos siglos, la “inevitable contradicción” entre crecimiento demográfico y crecimiento de la producción agrícola, la humanidad ha escapado al destino de su extinción por hambre “gracias a la ciencia y al comercio, los dos fundamentos del progreso”, afirma el intelectual francés Guy Sorman en un artículo para City Journal.
“Deberíamos alegrarnos de este milagro. El hambre, que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes, prácticamente ha desaparecido”. Según explica, el pesimismo de la literatura económica deudora de Malthus ha quedado al desnudo, pues, “desde los años 70, la población mundial se ha duplicado, pero la producción de alimentos se ha multiplicado por tres”. La ciencia, señala, ha posibilitado que 1.500 millones de agricultores alimenten a 7.700 millones de personas.
“Lo que nos ha salvado de la hambruna –añade– es la Revolución Verde de los años 70: una combinación de selección de especies, hibridación y aplicación de técnicas de cultivo como la irrigación y la fertilización. Cuando esos avances se aplicaron al trigo y al arroz, las cosechas se triplicaron, especialmente en la India, China, Vietnam e Indonesia”.
El experto señala, no obstante, que el progreso no es bienvenido de forma unánime, y que grupos de activistas en la India y en EE.UU. han culpado a la innovación tecnológica en el campo de crear inequidades.
“Es cierto que todos los campesinos indios eran igualmente pobres y estaban hambrientos antes de la Revolución Verde. Pero aquellos que aplicaron las recomendaciones de Norman Borlaug –agrónomo estadounidense que introdujo modificaciones al cultivo del trigo y ganó el Nobel en 1970– se volvieron más prósperos que quienes se aferraron a los métodos antiguos. Es fácil alcanzar la igualdad cuando no hay nada que distribuir; los izquierdistas parecen preferir la escasez a la abundancia, si esta última implica porciones desiguales”.
Pero el fenómeno de la revolución tecnológica no hubiera bastado para alimentar al mundo, de no haber estado acompañada de una revolución comercial, que ha hecho posible que el comercio de alimentos se haya sextuplicado los últimos 30 años, al tiempo que descendían los precios del trigo, los cereales y la carne.
“En general, cuatro quintas partes de la humanidad se alimentan de calorías generadas en otro país. Comer alimentos ‘locales’ y ‘orgánicos’ es un lujo placentero reservado a consumidores privilegiados. Para gran decepción de la izquierda, los accionistas que mueven alimentos de regiones con excedentes a regiones necesitadas son negocios capitalistas, como Cargill, con base en Minnesota, o COFCO, de Pekín”.
Por último, Sorman advierte que los precios están subiendo como consecuencia de la ralentización del comercio internacional, algo que puede perjudicar al 10% de la población global que sufre malnutrición. Pero la peor solución para ello sería restringir ese comercio en nombre de la soberanía nacional o bloquear la investigación en nombre de una naturaleza sacralizada.
“El nacionalismo, el socialismo y la moda por lo orgánico no alimentan a la gente. La ciencia y el capitalismo, que no son morales ni inmorales en sí mismos, hacen posible que todos coman lo que necesitan. Y eso sí es moral”, concluye.