Los actos de violencia de musulmanes contra católicos sucedidos en Yakarta parecen un signo más de que se halla en peligro la frágil unidad nacional entre las diversas etnias y culturas que forman Indonesia. La semana pasada, al menos trece personas murieron y varias parroquias católicas fueron asaltadas por una multitud que tomó las calles de la capital. Los disturbios se produjeron por el rumor, desmentido por las autoridades, de la quema de una mezquita por un grupo de católicos.
La comunidad católica de Indonesia constituye la mitad de los cristianos del país y representa apenas un 3,5% de la población total, de mayoría musulmana (85%). Indonesia es el país con más musulmanes de todo el mundo, pero allí no ha surgido una corriente integrista importante como las de otras naciones de mayoría islámica. En cambio, desde la independencia existen rivalidades étnicas que han explotado en tiempos difíciles. Es una «tradición» que, en momentos de crisis, la mayoría aborigen ventile su ira en ataques contra la minoría china, más acomodada, a la que suele culpar de los problemas. Así sucedió hace meses, cuando se empezaron a sentir con crudeza los efectos de la crisis económica que azota a Asia oriental.
No es seguro que los últimos disturbios marquen el inicio de una corriente popular de violencia dirigida específicamente contra los cristianos. La religión puede no ser el único motivo de la violencia, y tal vez esté mezclada con la rivalidad étnica, pues la mayoría de los indonesios de origen chino son cristianos.
Por otra parte, estos tiempos de estrechez son propicios a teorías conspiratorias y cazas de brujas. Y esto último se ha de entender al pie de la letra: en varios lugares del país las turbas han asesinado a decenas de personas por creer que ejercían la magia negra. Lo más claro, pues, parece ser que las masas incultas descargan su frustración en chivos emisarios, no necesariamente cristianos, y si lo son, no siempre por serlo.
El gobierno, por su parte, ha procurado desde la independencia fomentar el respeto y entendimiento mutuo entre religiones y razas, para preservar la unidad política del país. Ha tratado de aunar la heterogénea población (ocho razas principales, con 250 lenguas y dialectos diferentes) mediante la llamada Pancasila. Esta doctrina oficial, que figura en la Constitución de 1945, se compone de cinco principios fundamentales que se pretenden comunes a todos: fe en un solo Dios, unidad de la nación, justicia social, humanitarismo y democracia guiada por la sabiduría de los dirigentes.
Durante el mandato del general Suharto (desde 1967 hasta su renuncia en mayo de este año tras las protestas populares provocadas por la crisis económica), las tensiones entre los diversos grupos se mantuvieron bajo estricto control. La «democracia guiada» de Suharto (un sistema a caballo entre una dictadura personal y una democracia parlamentaria) hizo cumplir la Pancasila a base de mano dura. Pero ahora la estabilidad empieza a resquebrajarse. El nuevo presidente Habibie no ha logrado acallar del todo las protestas. Con el gobierno debilitado y el país envuelto en la crisis económica, la latente hostilidad entre los distintos grupos de la población sale a la luz.