Contrapunto
Durante el último año han aparecido en España varios títulos sobre lo que antes se llamaba urbanidad y buenas maneras. Lamentablemente, salvo alguna excepción, estos nuevos manuales derivan hacia la superficialidad, la frivolidad y, en muchos casos, la simple estupidez vestida de pretensiones. Alguna cosa valiosa hay entre tanta mujer A (que practica el mixing), entre tanta chica con estilo (recuérdese que sólo una mujer mayor puede ser elegante), entre esas mujeres invisibles (hace falta tener caradura para titular así un libro cuando se está todo el día en el Hola). Pero es poco lo que ofrece la última moda editorial para una persona de mediana inteligencia y cierta sensibilidad.
Así que la lectora -habrá pocos hombres que se les ocurra leer y menos comprar estos libros- se siente timada por las garras del marketing que aprovecha el tirón y esfuerzos de estos rostros populares. Esfuerzos porque no hay duda alguna de que son ellas y ellos mismos quienes, pluma en ristre (literal) se han puesto a escribir… y no ningún negro como aventuran algunas lenguas maliciosas: si son negros no se ha notado ninguna mejoría del original, francamente.
Todo esto es una pena porque el panorama de la mala educación es algo muy real y bastante importante como para dejar la cuestión en los famosos cubiertos adecuados para el postre, los veraneos en tal o cual sitio o si hay que decir «cuarto de baño» en vez de «servicio», porque esto último es un horror y sólo lo dicen los horteras. Más allá de los horteras, siempre han existido los cursis, y la educación no tiene que ver ni con unos ni con otros, aunque hoy los cursis vuelvan a estar muy bien vistos en los salones y en las redacciones comme il faut (aunque vayan de progres, que todo es posible).
La falta de respeto a las personas mayores (propios padres incluidos, maestros y profesores mención aparte); el trato a empellones de algunos chicos a algunas chicas y ¡al revés!; las preguntas más indiscretas en revistas, periódicos, programas de televisión, que son respondidas sin sonrojo ni molestia por famosos y personas de a pie; el imperio del «me gusta» o «me apetece» que ha sustituido por mayoría a la idea de que hay personas, alimentos, o trabajos que no nos gustan y no nos apetecen… pero que hay que tratar, comer, hacer; la suciedad de cines llenos de restos de palomitas y coca-colas; las playas y piscinas con transistores, top-less y gritos… Ante este panorama de evidente mala educación, ¿no hay nada de hacer o decir?
Puede alegarse que los manuales estos de «buena educación» son para «esa otra gente» que no tiene nada que ver con la anterior descripción. Que los del empellón, la playa y la pregunta sonrojante son la «masa». Pero esto no es cierto. Altos ejecutivos gritan a subordinados como sus abuelos (con menos formación seguro y en otros tiempos además) jamás hicieron, aunque luego estos jóvenes cachorros vayan de cercanos y les traten de tú. Señoras de Serrano cuentan unos chistes verdes que dan vergüenza ajena y hubieran escandalizado a sus madres. Los niños están considerablemente peor educados, aunque vayan a colegios bilingües. Se habla de todo, conveniente e incoveniente, en todas partes, por muy elitista que sea el gimnasio, el club de golf, la playa o la urbanización. Si esto no es mala educación -por mucho famoso, rico o potentado- que sean quienes lo hacen ¿de qué estamos hablando? De estupideces, que es lo que se lleva.
Aurora Pimentel