El racimo de uvas que se tira al cubo porque algunas se han podrido, o las sobras de unas judías de la cena que, tras cuatro días en frío, terminan en el mismo destino, son la cara más visible del desperdicio de alimentos: el consumidor, con la nevera a tope, no tiene un estómago lo suficiente amplio y ágil como para darle a todo lo almacenado el cauce que merece.
Pero el hogar no es el único sitio donde los alimentos se deterioran y pierden la función para la que fueron producidos. En el caso de los de origen vegetal, muchas toneladas quedan en el camino en los procesos de cosecha, procesamiento y distribución. Según el informe El estado de la agricultura y la alimentación 2019, publicado por la FAO, el 13,8% de los alimentos se pierden en…
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.