Mantener en índices aceptables los niveles de nutrición de la población de los países en desarrollo, puede ser un verdadero dolor de cabeza para los gobiernos. ¿Qué hacer: subsidiar los alimentos de modo general, o entregarles cuotas de estos a la población, o dinero “para que se las arreglen”? ¿Quizás darles cupones canjeables por comida a los realmente necesitados?
Las ayudas económicas condicionadas permiten hacer un seguimiento del destino de los recursos
Un reciente artículo de The Economist analizaba los pros y los contras de estas opciones, allí donde han sido aplicadas. En Egipto, por ejemplo, los subsidios a los alimentos se duplicaron entre 2009 y 2012, y mucho de ese dinero fue a parar a las “personas equivocadas”.
Según datos del Banco Mundial, como resultado del subsidio indiscriminado de los granos y el pan, un 70 por ciento de los adultos egipcios tienen sobrepeso en alguna medida, mientras que un 29 de los menores de cinco años padecen retardo en el crecimiento. En el país árabe, así como en Burkina Faso y en Filipinas, menos del 20 por ciento del gasto en subsidios beneficia realmente a las familias pobres.
Al otro lado del Atlántico, un caso fallido de subsidio general es el de Cuba, donde hace medio siglo existe una cartilla de racionamiento que ofrece una canasta mínima de alimentos a precios muy bajos (azúcar, arroz, frijoles, etc.) a toda la población. Tanto quienes poseen ingresos moderadamente altos como quienes necesitan desesperadamente esos productos para ayudar a sus magros salarios, reciben las mismas cantidades. Como consecuencia, las arcas estatales se resienten (el país importa el 80 por ciento de los alimentos) y se fomenta el mercado negro.
Las soluciones generales contra el hambre, pensadas para que surtan un mismo efecto en toda la población, corren más riesgo de resultar fallidas
En Irán, entretanto, la fórmula escogida ha sido la entrega directa de alimentos. Según cálculos iniciales, podrían beneficiarse de esta medida unos 17 millones de iraníes —después se ha ido acortando esa cifra—, a cada uno de los cuales se ofrece una bolsa de arroz, pollo, huevos, aceite y queso, sin diferenciar entre las necesidades concretas de cada familia. En términos económicos, se espera que la decisión genere un mayor déficit, que podría superar los 20 000 millones de dólares en 2015.
Cupones de alimentos: elegir con responsabilidad
Las “soluciones generales” en la lucha contra el hambre y la desnutrición, pensadas para que surtan un mismo efecto en toda la población, corren más riesgo de resultar fallidas, en comparación con las variantes en las que cuentan las diferencias y una mayor libertad personal de elección.
En esta última línea, el modelo de la entrega de cupones de comida a hogares y comunidades en desventaja económica real y documentada, ha mostrado sus ventajas: ni se malgastan los recursos públicos o privados destinados a la alimentación, ni se evidencia el escándalo del desperdicio de alimentos, toda vez que las personas toman de los estantes lo que consideran más oportuno para su nutrición y gustos.
La web del Programa Mundial de Alimentos ilustra la efectividad de esta estrategia en el caso de varias poblaciones del norte de Ecuador: allí, en 2011, las familias recibieron seis transferencias de efectivo, cupones y alimentos, cada una de ellas por valor de 40 dólares, al tiempo que se impartieron cursos sobre nutrición a los que debían asistir obligatoriamente los receptores de la ayuda.
Como resultado, se constató un impacto positivo de las transferencias en la seguridad alimentaria, pero la que se llevó las mayores palmas fue la variante de los cupones. Por una parte, supone los menores costos, en comparación con el mayor gasto que implica la compra, almacenamiento, transporte y entrega directa de cuotas de alimentos; además, los cupones hicieron posible una dieta más variada, al tiempo que su diseño condicionaba a los usuarios a utilizarlos en alimentos nutritivos.
Por otra parte, el PMA opina que los cupones aumentaron la influencia de la mujer en el hogar, ya que evitan discusiones familiares en torno al eventual destino del dinero. Con los cupones habría menos “tentación” de desvío, pues “esto puede utilizarse únicamente para alimentos, y punto”.
El organismo internacional señala, no obstante, que esta variante descansa sobre un tercer factor: la necesidad de que los supermercados cuenten con las provisiones y la variedad suficiente de alimentos para responder al aumento de la demanda, y que tengan la capacidad de supervisar que se cumplan las condiciones del programa.
Por cada centavo empleado, un resultado
La combinación de la libertad de elección de las personas que reciben una ayuda, con la exigencia de responsabilidad y el cumplimiento de determinadas condiciones para recibirla, puede ser trasplantable a otros aspectos de la lucha contra la pobreza, más allá de la seguridad alimentaria.
El proyecto Give Directly (Entrega Directa), patrocinado por Google y otros donantes, ha obtenido buenos resultados en Kenia tras beneficiar a familias de 63 aldeas con entregas de 1000 dólares, en muchos casos sin condiciones de uso. Según se ha constatado, los receptores han empleado el efectivo, no en bares ni en burdeles, sino en mejorar las condiciones de sus viviendas e incluso en pequeñas inversiones que ya les dan rédito.
Los cupones de comida permiten que cada familia utilice la ayuda de acuerdo con sus necesidades y preferencias
No obstante, varios expertos conceden mayor repercusión a las donaciones acompañadas de alguna condición, como la de enviar a los menores a la escuela, llevarlos regularmente al médico, vacunarlos, de modo que la nueva generación no quede atada al círculo vicioso de la pobreza. Es el tipo de apoyo que ofrecen los programas Bolsa Familia, en Brasil, y Oportunidades, en México, que han logrado hacer descender los índices de pobreza y analfabetismo en los dos mayores países latinoamericanos.
Otra ventaja de este tipo de respaldo económico es que, como permite hacer un seguimiento del destino de los recursos y exigir una responsabilidad concreta a los receptores, los donantes pueden sentirse motivados a continuar con la ayuda.
Y normalmente no les falta el estímulo. Sarah Baird, de la Universidad de Otago, Nueva Zelanda, estudió 26 casos de transferencias con condiciones, y seis en los que el beneficiario no tenía que dar cuenta de los recursos. Los resultados ilustraron que en aquellas familias que habían asumido algún compromiso para obtener apoyo financiero o de otro tipo, la matriculación escolar se había incrementado en un 41 por ciento, frente a solo el 23 por ciento en los otros hogares. Por otra parte, allí donde las condiciones habían muy estrictas, el índice subía un 60 por ciento.
Como se aprecia, más que lanzar dinero a un pozo ciego, para después llevar citas rimbombantes a las cumbres internacionales sobre lo aportado para superar el subdesarrollo, habría que rediseñar los programas de ayuda e involucrar a los receptores.