El diagnóstico de Robert Putnam (ver artículos relacionados) puede dar la impresión de que muchos niños y jóvenes estadounidenses se han quedado ya, de forma irremediable, sin oportunidades para prosperar. Pero la experiencia del Rosedale Center, que trabaja desde hace años en el Bronx con hijas de familias pobres, muestra cómo se puede mejorar en una situación de desventaja.
Casi el 30% de los 1,4 millones de habitantes del Bronx viven bajo el umbral de pobreza, según los últimos datos de la Oficina del Censo de EE.UU. La situación empeora en el sur de este condado de Nueva York: por debajo de ese umbral están el 49% de los niños y el 38% de la población total. Lo que convierte a este barrio en el más pobre de todo el país.
Al problema de la pobreza se añaden otros como el elevado número de hogares rotos, la droga o la delincuencia. El 30% de los mayores de 25 años en el Bronx no tienen título de secundaria, mientras que ese porcentaje se sitúa en el 15% en la ciudad de Nueva York.
Para contribuir a mejorar esta situación, un grupo de mujeres del Opus Dei abrió en 1978 el Rosedale Center. En pleno sur del Bronx, sus programas han conseguido que todas sus alumnas terminen la secundaria y más del 90% entren en la universidad. A esta iniciativa le siguió, a finales de los años 80, el Crotona Center, para chicos. Ambos están integrados en la South Bronx Educational Foundation.
Con esperanza, con convencimiento
Rosedale Center trata de inculcar a jóvenes y niñas desfavorecidas lo que Putnam tanto echa en falta: el sentido de valía personal y la confianza en las capacidades propias. Sus herramientas son: la atención individualizada de monitoras que les sirven de referencia; la implicación de los padres; la educación del carácter; la mejora académica; la formación humana y espiritual; y una amplia oferta de actividades extraescolares.
“Si en el Bronx se puede aprender algo es que el gran problema de los guetos urbanos no es la violencia, la prostitución o el abuso de las drogas y el alcohol. El problema más importante, que subyace en todos los demás, es el haber perdido la esperanza de alcanzar nada valioso a través del esfuerzo personal”, explicaba Mary Meaney, una universitaria de Princeton que fue de voluntaria a Rosedale hace unos años (cfr. Aceprensa, 28-04-1993).
Y añadía: “Antes de afirmar que nuestros barrios marginales son problemas irresolubles, debemos mirar más despacio a programas como el de Rosedale. Debemos presentar a las jóvenes modelos que imitar e ideales por los que vivir. Debemos ver a los niños de estos barrios como individuos con talentos y dones, e incentivarles a desarrollar esos dones y extraer todo su potencial”.
El arte de vivir
El programa “One on One Tutoring” asigna a cada alumna de Rosedale una tutora, bien una estudiante de la Universidad de Fordham, en Nueva York, bien una joven profesional. Ellas se encargan de supervisar su rendimiento académico durante el curso, con dos tutorías semanales de hora y media cada una. También hay tutorías específicas para preparar las pruebas de acceso a la universidad.
Los sábados por la mañana, las alumnas de 9 a 14 años tienen actividades extraescolares que les introducen en el “arte de vivir”, dice su web: música, danza, cocina, arte, excursiones… La idea de que la vida es un arte, que exige implicación personal, les sirve para contrarrestar la mentalidad derrotista.
Los sábados por la tarde es el turno de las de 14 a 18 años. Sus actividades van dirigidas a potenciar competencias que les serán útiles en la universidad: cómo hablar en público, cómo pensar críticamente, cómo liderar equipos… Hay actividades de voluntariado, sesiones de orientación profesional, visitas a universidades y museos..
Otro plato fuerte de Rosedale es el programa musical, abierto a las alumnas de todas las edades. Un equipo de profesores del Conservatorio Concordia viene cada viernes al centro para darles clases particulares gratuitas de violín, guitarra y voz. Las chicas que quieran participar se comprometen a ensayar cien minutos a la semana.
El complemento a la formación que se imparte durante todo el curso son los programas de verano, de cuatro semanas de duración. El de las pequeñas combina las clases de refuerzo en lengua, matemáticas y escritura con las actividades lúdicas. El de las mayores pone el acento en las competencias profesionales.