Las cifras dicen que el 26% de la población activa española de más de 16 años está en paro y que ese porcentaje se incrementa hasta el 56% para los jóvenes de 16-24 años. Pero el economista Alberto Recarte, en un artículo publicado en Actualidad Económica (julio 2014), señala que lo importante es fijarse en el nivel de formación de los jóvenes que se encuentran en esa situación.
“A partir de los 25 años, la tasa de actividad se incrementa drásticamente hasta más del 80%, y el desempleo se sitúa por debajo del 26%. La diferencia entre los jóvenes de entre 16 y 24 años y los también jóvenes de entre 25 y 33 años es que, a partir de los 25 años, son muchos los que han terminado su formación, llegan al mercado de trabajo y logran emplearse, aunque sea con salarios reducidos”. La diferencia entre ambos grupos es su nivel de formación. “España es uno de los países de la OCDE que tiene un mayor índice de estudiantes universitarios –casi un 40% del total de los que se encuentran en ese grupo–, de ahí que la tasa de actividad a partir de los 25 años crezca considerablemente”.
Entre los desempleados jóvenes de 16 a 24 años –unas 882.000 personas–, un 53% tiene una formación baja o muy baja, un 35% tiene terminada la educación secundaria y un 13% tiene estudios universitarios o similares. Recarte destaca también que esos 882.000 jóvenes no solo no trabajan, sino que tampoco estudian o mejoran su formación. En cambio, entre los también jóvenes de entre 25 y 29 años, casi el 12% de los que trabajan compaginan su ocupación con una formación complementaria.
Recarte recuerda que a finales de 2006, justo antes del comienzo de la crisis, un total de 2 millones de jóvenes de esas edades estaba trabajando, mientras que los desempleados eran solo 437.000. Una parte importante de ese colectivo de 2 millones de ocupados eran jóvenes que habían abandonado sus estudios y trabajaban en la construcción por sueldos superiores a los 1.500 euros mensuales. Esa aparente buena estadística impedía valorar debidamente que era la antesala inevitable de una bolsa de desempleo sin formación, que se materializaría cuando la actividad en el sector de la construcción cayera a niveles normales.
Según Recarte, “lo más preocupante para el futuro es el escaso nivel de formación de casi un 53% de parados jóvenes y la falta de oportunidades, o de ánimo, para reintegrarse en algún tipo de estudio formal. No debe olvidarse que todavía en 2011 la tasa de abandono escolar era del 26,5%”.
Lo más adecuado para estos jóvenes sería que recibieran en el trabajo una formación que supliera sus carencias, sugiere Recarte. Esto exigiría un programa nacional de políticas activas de empleo que pasara de los cursos genéricos de formación a un pago directo a las empresas de parte del salario de esos jóvenes. “Incluso sin cursos de formación, el aprendizaje en un puesto de trabajo suele ser mejor que una serie interminable de cursos de formación genérica”.