Desde hace décadas los países donantes de ayuda a África han tratado diferentes combinaciones de «palos y zanahorias» para estimular el desarrollo. Y África no ha despegado. ¿Es que la ayuda no es suficiente? ¿No será que las prescripciones impuestas para recibir ayuda por parte de los países donantes y el Fondo Monetario Internacional, en lugar de levantar los países de la pobreza los hunden más en ella? ¿Por qué lo que ha funcionado en los países del sudeste asiático no funciona en África? Este es el tipo de cuestiones que se plantea Matthew Lockwood en el libro «The State They’re In» (1), que describe su experiencia de veinte años en el campo de ayuda al desarrollo en el continente africano.
Matthew Lockwood ha trabajado en puestos directivos y en misiones en África de importantes ONG británicas de ayuda al desarrollo, como Christian Aid y Action Aid. Y asegura haber encontrado la pieza que faltaba en el rompecabezas: la política africana, o mejor dicho, los políticos africanos. Con la excepción de Sudáfrica, las elites educadas de los países africanos que se han hecho con el control de los gobiernos obstaculizan el desarrollo, a pesar de las ayudas exteriores y de las orientaciones que las organizaciones internacionales han ido recomendando. En contraste con el importante papel que han desempeñado los Estados para el éxito del desarrollo en Asia del Este, el Estado en África es una rémora.
El Profesor Pat Utomi, de la Lagos Business School, corrobora esta experiencia de Lockwood. Utomi, nacido y educado en Nigeria pero que ha estudiado también en los Estados Unidos y ha visitado con cierta frecuencia varios países del Extremo Oriente -Taiwán, Indonesia y Malasia-, sostiene que es básicamente la actitud de los líderes de esos países y sus políticas lo que ha acabado con la pasividad, la pobreza y el subdesarrollo.
Estos tres países de Asia, dice Utomi, que estaban por debajo de Nigeria en las décadas de los 60-70, ahora se encuentran a niveles diez veces superiores, sin tener recursos naturales tan abundantes como Nigeria. Recibieron menos ayuda que muchos países africanos, pero la supieron aplicar; invirtieron en la enseñanza y capacitación de talentos, en infraestructuras e incentivos para la creación de empresas pequeñas y medias, además de otras inversiones productivas.
Clientelismo político
En África, la clase política ha utilizado sus recursos o la ayuda exterior para sostenerse en el poder, para financiar guerras, para enriquecerse. La preocupación de hacerse con el poder político, dice Lockwood, y de no perderlo, crea un clientelismo que hace que estos líderes se dediquen activamente a impedir el establecimiento de negocios, comercio e innovación. La clase dirigente y las elites que los sostienen se han hecho con el aparato del Estado y de las instituciones asentándose en el poder dictatorialmente, o perpetuándose en él manipulando las elecciones.
Estos dirigentes usan el poder y los recursos del Estado no para generar riqueza y desarrollar el país, sino como fuente para el clientelismo y para premiar a los que les siguen. Cuando los donantes occidentales han insistido en reformas económicas para entregar nuevas ayudas, los dirigentes se han resistido hasta encontrar modos de obtener ayuda sin cambiar mucho las cosas.
Por ejemplo, aunque en Nigeria hay ahora un gobierno democrático que sostiene una cierta lucha contra la corrupción y persigue reformas económicas, se ha dicho que la totalidad de la deuda exterior con el Club de París recientemente renegociada podría saldarse simplemente con el dinero de pasados y presentes dirigentes invertido en el exterior.
El dinero paciente
Durante una conferencia de escuelas de negocios en África, el profesor Albert Alos, de la Pan-African University, sugirió con un ejemplo gráfico tomado de la jardinería que los países donantes tuvieran en cuenta la capacidad de absorción de ayuda. «Todo jardinero sabe que las plantas crecen cuando reciben el agua que necesitan. La que precisan: no mucha, ni muy poca. Un repentino aguacero arruina las plantas, porque la tierra no absorbe toda esa agua, y si el jardín está en pendiente, incluso el terreno se deteriora por la erosión. Por eso es tan eficaz el riego con aspersores».
De igual modo, a veces los países donantes entregan sumas sustanciosas para proyectos gigantes y vistosos. En muchos casos son los gobernantes quienes los piden y aprueban para adquirir popularidad. Estos proyectos invariablemente atraen consultores extranjeros, diseñadores y contratistas multinacionales con sus «project management units» de altísimos honorarios y gastos que el Estado ha de pagar con sus recursos o con un endeudamiento considerable. Al cabo del ejercicio, incluso si el proyecto se ejecuta hasta el final, cosa que ocurre raramente, los consultores, diseñadores y contratistas se van, y los del lugar se quedan tan atrasados como antes. El proyecto se vendrá a bajo por falta de mantenimiento y el país no se desarrolla.
Lo que en estos momentos los países africanos necesitan de los industrializados son ayudas que se dirijan sobre todo a incrementar la capacidad productiva de los agentes locales. Esta ayuda es menos vistosa y menos rápida en sus resultados que los elefantes blancos que los gobiernos piden y los donantes se muestran tan dispuestos a conceder, dando trabajo a sus expertos; se necesita una ayuda paciente («patient money») que se dirija a la enseñanza y cualificación profesional de sectores amplios de la población.
El Prof. Alos pide que las ayudas se orienten a la formación de líderes, de «managers» y empresarios, para que pueda crecer la capacidad de las instituciones locales y de las personas. Estas ayudas requieren tiempo; deben ser moderadas y continuas. Y, sin embargo, esta clase de ayuda no llega. Llega la otra: el aguacero para obtener resultados vistosos e inmediatos. Y África se hunde en el círculo vicioso de la corrupción y la falta de capacidad.
Jide Martins____________________(1) Matthew Lockwood, «The State They’re In», ITDG Publishing, 192 págs.