En los paraísos fiscales los ricos no lloran

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La fuga de miles de ricos europeos hacia el paraíso fiscal de Liechtenstein ha alertado a los gobiernos y ha escandalizado a la opinión pública. ¿Escandalizar? Sí, parece que una cultura siempre dispuesta a alabar al trasgresor, no tolera la trasgresión cuando es fiscal. Pero ya se sabe que el rico es tan alérgico a los impuestos como todos los demás, con la diferencia de que tiene más que perder y más medios para evitarlo. Así que, en un mundo en que está vigente la libre circulación de capitales, los paraísos fiscales compiten por atraerse a los muy ricos.

Alemania acusa a Liechtenstein de favorecer el fraude fiscal de sus contribuyentes ricos, que desvían millones de euros hacia cuentas secretas en el principado alpino, disfrazadas de fundaciones.

Dice que los bancos de Liechtenstein, con sus prácticas opacas, promueven las violaciones de la ley entre sus clientes extranjeros y se niegan a colaborar en la investigación de delitos fiscales.

Como siempre, la mejor defensa es un buen ataque. Sin entrar en el fondo del asunto, el príncipe heredero Alois de Liechtenstein ha acusado a Alemania de violar la soberanía del principado, al haber comprado a un informador datos secretos de los clientes de sus bancos. Un problema de fraude a la ley se transforma así en un problema de defensa de la confidencialidad, violada por un informador interesado.

Es la misma reacción que tienen en España las clínicas abortistas que, investigadas judicialmente por un fraude masivo de ley, aseguran que no se respeta la confidencialidad de las mujeres y que se les impide ejercer sus derechos por las denuncias de los pro vida.

Para el príncipe heredero de Liechtenstein, el problema no está en el principado sino en Alemania. “Con su ataque contra Liechtenstein, Alemania no arreglará sus problemas con sus contribuyentes”, ha dicho. El problema es que “el sistema fiscal alemán es el peor del mundo”. Los bancos de Liechtenstein, en los que participa la familia reinante, se limitan a ofrecer sus servicios y no son culpables del fraude. “Si alguien guarda su dinero en el colchón para no pagar impuestos, no se puede decir: deje usted de fabricar colchones”.

Liechtenstein está negociando su adhesión al espacio Schengen, y Alemania amenaza con vetar su entrada si no colabora en la lucha contra el fraude fiscal. Pero el presidente de los banqueros de Liechtenstein replica que si el país no presta colaboración judicial en esta materia es porque la evasión fiscal no es delito allí.

Estos días se han elevado voces que dicen que los paraísos fiscales no tienen sitio en una Europa moderna. Pero algunos economistas liberales piensan que la existencia de estos paraísos incita a otros Estados a no cargar la mano en el tema de los impuestos. Servirían, pues, de contrapeso al insaciable apetito fiscal del Estado.

La amenaza del éxodo

Sin necesidad de ir a las islas Caimán ni a Liechtenstein, hay otras plazas que también son un buen refugio para los ricos. Londres, sin ir más lejos. En el Reino Unido, 200.000 extranjeros no residentes gozan de un tratamiento fiscal que les permite estar exentos de los impuestos sobre las ganancias de capital. En esta elite se pueden encontrar desde financieros de la City a futbolistas y cantantes pop, que no solo escapan así al impuesto sobre gran parte de su renta en Gran Bretaña, sino también sobre sus ingresos en todo el mundo.

El gobierno de Gordon Brown, agarrando al vuelo una propuesta de la oposición tory, ha hecho un intento de cambiar las reglas fiscales de los no residentes. La idea era ponerles en la tesitura de pagar en el Reino Unido por todos sus ingresos y patrimonio, o pagar una tasa anual de 30.000 libras.

Pero enseguida hubo una movilización entre la comunidad financiera, que advirtió de un posible éxodo de profesionales altamente cualificados de la City. Si Londres les trata mal, se irán a Dubai o Hong Kong. Finalmente, Gordon Brown dio orden de aguar el proyecto.

Pero no son solo los ricos los que amenazan con buscarse un paraíso si consideran que su país es un infierno. El científico al que no le autorizan experimentar con embriones dice que se irá a otro país donde no hay estas cortapisas. Las francesas a las que ya se les ha pasado el plazo para abortar en su país, vienen a las clínicas españolas donde todo vale. Una mujer sola no podrá someterse a una inseminación artificial en Italia ni en Francia, pero en España nadie le preguntará nada. Belgas y alemanes van a comprar cannabis a las coffe-shops holandesas.

Paraísos fiscales, o bioéticos, o laborales. Según esta lógica, el único modo de no perder oportunidades frente al extranjero sería poner el listón más bajo que el otro. Pero habría que decidir si lo que queremos es el mínimo común ético o un estándar que responda a exigencias indeclinables de la dignidad humana.

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