Si el consumidor pudiera rastrear el origen de los componentes de su reluciente teléfono móvil, con seguridad iría a dar a África subsahariana, a una mina custodiada por paramilitares en la que trabajan personas en condiciones infrahumanas, o llegaría, en otro momento, a una asfixiante factoría asiática, donde los derechos de los trabajadores son normalmente pisoteados.
En un artículo en The Wall Street Journal, Geoffrey A. Fowler, menciona esas injusticias como una razón para pasarse a una tecnología más “limpia” en origen: el Fairphone 2, un móvil ideado por una start-up holandesa a partir de materias primas obtenidas por medios justos y un proceso de fabricación respetuoso de los derechos laborales. El precio: 580 dólares, por lo que el autor nos advierte: “No es para todo el mundo, pero nos puede enseñar cuáles son los costos reales de las pequeñas cajas negras que llevamos en nuestros bolsillos”.
Fowler anota la realidad de que, detrás de los actuales teléfonos Apple o Samsung, hay “demasiada gente involucrada en una cadena de suministros global, llena de relaciones complicadas y secretos comerciales”.
“Tomemos por ejemplo el oro que necesitan los conectores de los smartphones. Es lo que alimenta a los rebeldes violentos en el Congo, y es actualmente una exportación ilegal más valorada que la cocaína de Colombia y Perú. La esclavitud es parte de la cadena: de los inmigrantes que llegan a Malasia a laborar en la industria electrónica, un tercio de ellos son trabajadores forzados, según una investigación estadounidense efectuada en 2014”.
Los orígenes y el proceso del Fairphone 2 serían, en cambio, muy distintos. Apunta Fowler que el fundador de la start-up, Bas van Abel, han creado un teléfono más duradero, más fácil de arreglar, con componentes extraídos de minas en las que se respetan los derechos laborales y producidos en fábricas chinas que trabajan de modo diferente al usual.
Según explica, los obreros de Fairphone en China no reciben un salario mayor que los de sus competidores (4.000 yuanes o 600 dólares), pero la empresa tiene un representante en la fábrica la mayor parte del año, para asegurarse de que nadie se aproveche de ellos. Además, la compañía ha creado un “fondo de bienestar”, que los trabajadores pueden decidir colectivamente cómo emplear.
Aunque hay algunos “peros”: “No está claro –apunta el autor– cómo Fairphone, una empresa social lucrativa, hará el suficiente dinero para crecer hasta un punto en que pueda influir. Y si lo hace, ¿sus soluciones interesarán a alguien? Se puede sostener un comercio de oro justo para los 100.000 teléfonos que ha vendido, pero ¿qué pasará cuando fabrique cientos de millones?”.
“Lo que hace diferente a Fairphone –concluye– es su marketing de transparencia radical. Por primera vez, estoy pensando en qué hay dentro de mi móvil, de dónde vino y quién lo tocó antes que yo. Si los asuntos humanos son la próxima característica de los Smartphone, el primer paso es hacer que esto nos importe”.