Contrapunto
A pesar de contar con brillantes profesionales, amplias estadísticas y ordenadores gigantes, no parece que las previsiones económicas sean más fiables que las meteorológicas. En estos momentos los pronósticos son pesimistas: el paro no ha tocado fondo, la reactivación tardará… El único consuelo es que las previsiones anteriores eran equivocadas. La recesión actual no estaba prevista. Ni tampoco el boom de 1988, cuando los previsionistas subestimaron el crecimiento de los Siete Grandes en 2 ó 3 puntos del PIB, nada menos. Por no hablar del primer choque petrolero en 1974, que nadie anticipó. Lo suficiente para hacer buena la cita: «La función del experto no es equivocarse menos que los demás, sino equivocarse por motivos más sofisticados» (D. Butler).
Un efecto positivo de la crisis de previsión es que los economistas han perdido su arrogancia. Basta leer las declaraciones hechas en Madrid por Robert Skidelsky, economista británico, biógrafo de Keynes. Un keynesiano que ni tan siquiera cree ya en el keynesianismo a pies juntillas. Si en algo cree es en la incertidumbre: «Somos conscientes de que ignoramos cómo funcionan los procesos económicos»; «el monetarismo no ha funcionado. Pero el keynesianismo tampoco tuvo éxito en su época final. ¿Qué quiere decir esto? Que los economistas siempre se han sobreestimado a la hora de proporcionar directrices políticas»; «las teorías [de los economistas] siempre predicen el pasado. Hay que ser muy modesto en política y hacer sólo aquello que, aunque vaya mal, no puede hacer mucho daño». Modesta medicina: más que curar, no dañar. Y es que los errores son ricos en enseñanzas.
Ignacio Aréchaga