Los campesinos pobres necesitan crédito, no beneficencia

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Con ocasión de la publicación de un informe del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (IFAD), Newsweek (11-I-93) pregunta a Idriss Jazairy, presidente de este organismo, cómo se puede ayudar a los campesinos del Tercer Mundo a ser autosuficientes.

– ¿Cómo consigue [el IFAD] hacer llegar esta ayuda directamente a las manos de los que la necesitan?

– Cuando preparamos un proyecto preguntamos a los propios interesados cuáles son sus aspiraciones. Después pedimos al gobierno la aprobación de un proyecto que realmente dé respuesta a esas necesidades. Por ejemplo, en Mali fuimos a la región de Ségou, donde la renta media por habitante es inferior a 25 dólares al año, y preguntamos a la gente qué era lo que más les gustaría. Nos contestaron que desearían disponer de algunas instalaciones básicas como un silo y un centro médico, y que para eso necesitarían créditos.

Los bancos, por supuesto, no llegarían a esta gente, porque la distribución de créditos sería demasiado cara utilizando los medios convencionales. Por eso propusimos un sistema en el que el banco se encargaría de gestionar el crédito en sus líneas generales, pero el pueblo mismo se haría cargo de distribuirlo entre sus habitantes. De esta forma logramos reducir sustancialmente el coste de la operación.

Al mismo tiempo, el IFAD gestionaría todos los ahorros, utilizándolos para financiar un fondo comunitario que pudiera utilizarse para construir carreteras, centros sanitarios, etc. Esto supuso un incentivo no sólo para pedir préstamos, sino también para devolverlos; y no sólo para devolver los créditos, sino también para ahorrar. De esta forma pudimos poner en marcha un proceso espectacular que se está extendiendo a otros pueblos. La producción de mijo y de otros cultivos tradicionales se ha incrementado entre un 200 y un 600%

– ¿Cuál es, a su juicio, la recomendación más importante que se puede extraer del informe [del IFAD]?

– Que hay que considerar a los pobres capaces de obtener créditos. Se debería dejar de tratarlos como objetivos de la beneficencia; los pobres son productores con unos niveles de productividad muy bajos. Esto no se debe a que estén incapacitados, sino a deficiencias de su medio ambiente, de las políticas de los gobiernos y de las instituciones que en teoría les prestan servicios pero que, de hecho, sólo los prestan a la agricultura comercial. Por último, hay también deficiencias en el ámbito internacional: esta gente ha visto a menudo, durante los últimos diez años, cómo caían en un 50% los precios de sus exportaciones primarias (café, cacao, azúcar o caucho, por ejemplo).

Esencialmente, es un mensaje de fe en la capacidad productiva de los pobres del medio rural, siempre que se les dé unas reglas de juego justas. Son capaces de satisfacer sus necesidades, si se les da la oportunidad de trabajar en las condiciones adecuadas, para lo que no hacen falta subsidios, y si se les trata simplemente como productores que tienen necesidades diferentes de las de otros productores. Intentar ayudar a los pobres con instituciones que están pensadas para los que no lo son, es como intentar que una persona lleve un traje que le está demasiado grande o demasiado pequeño. El problema está en el traje, no en la persona.

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