Nubes secas, un sol punzante, grietas infinitas en la tierra, terroristas que acechan y niños famélicos. Parecerían fotogramas de una de esas películas de Hollywood sobre lo mal que lo va a pasar la humanidad de aquí a unos años. En Somalia, sin embargo, no es ni ficción ni futuro: es hoy, y está ocurriendo.
El pasado 4 de marzo el gobierno somalí (el reconocido internacionalmente pero que solo controla una parte del territorio) informó que en las anteriores 48 horas habían muerto de hambre 110 personas. Apenas unos días antes, las autoridades habían declarado que la intensa sequía que azota al país era ya un desastre nacional, mientras que la ONU estimaba que unos cinco millones de personas –la mitad de la población– estaban necesitadas de ayuda urgente.
En 2016 se incrementó de 80 a 100 millones de personas a nivel global el número de los que sufrían malnutrición y estaban al borde la hambruna
Técnicamente, la FAO habla en el caso somalí de “grave inseguridad alimentaria” para unos 2,9 millones de personas (el lector común, vistos los números, utilizaría directamente el concepto de hambruna), y la atribuye al clima. “La sequía –dice el organismo internacional– ha mermado el forraje para los pastores, y se estima que la tercera temporada consecutiva de lluvias insuficientes ha reducido la producción agrícola en las regiones meridional y central a un 70% por debajo de los niveles medios, agotando las reservas de alimentos”.
Ante tan extrema situación, el gobierno de Mogadiscio ha apelado a la solidaridad internacional, incluida la de sus compatriotas en la diáspora. De momento, sin embargo, la web del Consejo de Asociaciones Somalíes en el Reino Unido –donde viven 110.000 personas de esta nacionalidad– ofrece como información más reciente en su apartado de noticias una referida a un día de campo de esa comunidad norafricana en el prado de Gales. Por su parte, la comunidad en EE.UU. (con 150.000 miembros) dispone de webs en varios estados, pero no hay eco en ellas del pedido de ayuda del nuevo presidente somalí, Mohamed Abdullahi Mohamed, él mismo un político formado en EE.UU.
Aunque puede ser temprano aún para las reacciones. Habrá que esperar.
Peleas por el pasto
¿Se veía venir esta hambruna? Tapiwa Gomo, jefe de Comunicaciones de la Oficina de la ONU para Asuntos Humanitarios, responde a Aceprensa: “Las ONG y las agencias de la ONU en Somalia detectaron los signos de alerta por estrés hídrico entre las comunidades de pastores y agricultores, a partir de la ausencia de lluvias durante tres períodos consecutivos. Se dio una primera alarma en el norte en marzo de 2016, otra en agosto, y otra en noviembre, visto que la sequía se agudizaba. En febrero de 2017 ya se izó la bandera roja, pero gracias a las lecciones aprendidas de la hambruna de 2011, a una amplia presencia de actores humanitarios y a los progresos políticos y en seguridad, las agencias de la ONU y las ONG están mejor posicionadas que antes para dar una respuesta. Con la financiación adecuada, pueden evitar lo peor”.
“Lo peor”, sin embargo, con unos 360.000 niños afectados por la desnutrición severa, 71.000 de ellos en grado crítico, no parece estar demasiado lejos. Además, un pronóstico de diciembre de 2016 del Sistema de Alerta Temprana de Hambrunas (FEW), de la USAID, señalaba que la sequía sostenida implicaría que apenas podría cosecharse el 40% de los cultivos del país. Los cereales, por ejemplo, estarían un 60-70% por debajo del rendimiento alcanzado entre 2011 y 2015.
“No somos los dueños de los elementos, pero el panorama podría cambiar con ayuda internacional” (Mons. Giorgio Bertin, nuncio en Somalia)
El informe indicaba que, desde agosto de 2016, se había tenido que recurrir al reparto de agua por camiones cisterna, pero que no se habían podido abastecer plenamente la mayoría de los depósitos. En cuanto a la crianza de animales, preveía un decrecimiento en el número de todas las especies y una disminución de la producción lechera, con lo que muchos pastores se verían obligados a dejar sus labores. La cadena informativa alemana Deutsche Welle informa además que, allí donde queda algo pasto y agua, se han avivado las peleas entre clanes.
Mientras, miles de personas se están marchando de sus lugares de origen en busca de recursos. También los niños, que se ven forzados a dejar atrás sus escuelas; todo un mal colateral, pues aquellos que llegan a los campos de refugiados, lo único que encuentran son las madrasas, escuelas coránicas, con lo cual, más leña al fuego…
Un Estado que no funciona
Uno que ha atestiguado la catástrofe es el nuncio apostólico en Somalia, Mons. Giorgio Bertin, residente en Yibuti. Mons. Bertin informa a Aceprensa que acaba de llegar de Hargeisa, capital de Somalilandia, un territorio unilateralmente escindido de aquel país, pero que comparte las mismas penurias climáticas y económicas de su vecino.
El diplomático vaticano nos describe a grandes rasgos la situación: “En lo que respecta a la sequía y el hambre, la más afectada es la población rural, los nómadas que crían cabras, ovejas y camellos. Su ganado está muriendo por falta de agua, y después del ganado les tocará a ellos si no llega la ayuda de emergencia. Nosotros, como Cáritas Somalia, estamos coordinando una iniciativa para comprar alimentos en Hargeisa y distribuirlos entre las familias rurales que más los necesiten”.
Propiamente en territorio somalí, explica que Cáritas, de conjunto con otras organizaciones, también está distribuyendo alimentos y reforzando las instalaciones médicas. “A esto se suma la importancia de que damos a conocer internacionalmente la situación: podemos hacer que el mundo sea consciente de que algunas naciones, como Somalia, están en gran dificultad”.
Apoya la explicación de la ONU y FEW: “Las causas de este desastre humanitario son dos: una, las lluvias extremadamente escasas de las dos temporadas anteriores: el Gu (abril y mayo) y el Deyr (octubre y noviembre); la otra, el estado de casi anarquía, guerra civil e inseguridad durante 26 años. De hecho, desde enero de 1991, cuando fue derrocado el régimen de Mohamed Siad Barre, Somalia es un Estado que no funciona”.
La única educación que encuentran los niños en los campos de refugiados es la que brindan las “madrasas”, escuelas coránicas
¿La situación de hambrunas e inestabilidad es, de tan repetida, inevitable? Mons. Bertin, que está en la región desde 1978, lo admite: “Me parece que sí. No somos los dueños de los elementos, pero el panorama podría cambiar; podría cambiar incluso el modelo económico, con ayuda internacional”.
Mucha bomba, poco pan
No se abren los cielos, en efecto, pero se puede hablar también en cierta medida de un hambre de causas humanas. El conocido grupo terrorista Al Shabaab, por ejemplo, tiene una fuerte presencia en determinadas áreas del país –fundamentalmente en el centro y el sur–, a las que el gobierno impide el acceso de las agencias humanitarias. No pasa la ayuda, no la secuestran los criminales… pero los civiles atrapados allí adelgazan y mueren.
Y Somalia no es el único caso. El 3 de marzo, la FAO comunicó que en 2016 se había incrementado en 20 millones (hasta 100 millones) el número de personas a nivel global que sufrían malnutrición. El alza de esa cifra se debió, fundamentalmente, a la conjunción de guerra y sequía en cuatro países: Somalia es uno de ellos, y los otros, Sudán del Sur, Yemen y Nigeria.
En todos están las armas interponiéndose entre el pan y la boca de los inocentes. En el noreste de Nigeria, que fue el granero del país, las incursiones de Boko Haram han desplazado a casi dos millones de personas que han debido abandonar sus granjas. Aunque el gobierno ha retomado el control de esas tierras, la seguridad sigue siendo una preocupación, con lo que mal estímulo para volver a hacerlas producir. “Se está haciendo muy poco para ayudar a los agricultores que se han quedado en su tierra”, lamenta un alto funcionario de la FAO.
El gobierno somalí ha apelado a la solidaridad internacional, incluida la de sus compatriotas en la diáspora
En Sudán del Sur, por su parte, una guerra de tres años –inoportuna compañera de una sequía también bastante rigurosa– está dificultando el trabajo de las agencias de la ONU. Más de 4 millones de sursudaneses (poco menos de la mitad de la población) están pasando hambre, y unos 100.000 están directamente en riesgo de morir de inanición. En Yemen, otro tanto: los más de 462.000 niños desnutridos de los que habla un informe de UNICEF quizás reconozcan con más facilidad qué tipo de bomba les ha dejado caer un avión de combate saudí antes que el sonido de una cuchara en un plato de cerámica.
El sol castiga, sí, y hace brotar el hambre de la tierra reseca. Pero ni de lejos puede emular la maldad humana.