En Estados Unidos el negocio del juego sigue acumulando beneficios. Pero desde hace tres años se ponen cada vez más obstáculos legales a la expansión del sector. Resurgen las dudas sobre su aportación a la economía del país y sobre las consecuencias sociales que acarrea.
En 1995 los estadounidenses apostaron 550.000 millones de dólares en todo tipo de juegos, lo que dio al sector un beneficio de 44.400 millones de dólares (un 11% más que el año precedente). De entre estos negocios, el más popular es el de los casinos, por donde han pasado ya 154 millones de estadounidenses adultos, un 60% de la población.
A pesar de esos beneficios, desde mediados de 1994 han fracasado más de 30 propuestas de referendos y leyes estatales para legalizar o expandir negocios de apuestas. Las trabas se deben en parte a la fuerte campaña de lobbies anti-juego, entre los que destaca la Coalición Nacional Contra la Legalización del Juego (ver servicio 6/96).
La revista The Economist (25-I-96) explica que el negocio de las apuestas arraigó en EE.UU. en parte porque prometía revitalizar la economía y crear nuevos empleos. Muchos miraban Las Vegas como la demostración de que el juego es capaz de generar riqueza hasta en el desierto. Pero ese modelo, que se ha repetido con éxito en reductos de tribus indias, no sirve para las ciudades. Allí, señalan los economistas, los nuevos empleos que acompañan al negocio de los casinos -limpieza, restaurantes…- están mal remunerados y en lugar de sumar puestos de trabajo, sustituyen otros en empresas que desaparecen o menguan.
Otras repercusiones negativas de los casinos son: el dinero público que se pierde por el mayor incumplimiento de la ley en la ciudad, la suciedad de las calles o -sostienen algunos- los servicios sociales extra cuando el juego rompe familias. Por eso, los Estados ya no están convencidos de que autorizar casinos sea fiscalmente rentable.
La propia industria de las apuestas, que se pavoneaba de sus posibilidades ilimitadas de negocio, modera su optimismo. La proliferación de casinos ha acabado creando tal competencia dentro del sector, que ya no hay apenas beneficios más que para los más grandes. Los analistas sostienen que ahora se prevé el crecimiento de negocios secundarios (comidas, tiendas, espectáculos) más que del juego en sí.
A la vez, resurgen los recelos sobre las consecuencias sociales del juego, especialmente los casinos. Por ejemplo, en Minnesota dos tercios de los que empiezan un tratamiento contra la ludopatía achacan su mal a los casinos, y sólo un 5%, a la lotería.
Entre el 2% y el 6% de la población adulta norteamericana -la cifra varía según las fuentes- tiene «problemas» o «patologías» derivadas del juego. Estos adictos ocasionan grandes gastos. Sólo en el Estado de Maryland se estimaba en 1990 que los 50.000 ludópatas causaron pérdidas valoradas en 1.500 millones de dólares por la baja productividad, la evasión fiscal y por malversación de fondos, entre otros motivos.