El dopaje del éxito

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¿Por qué los deportistas usan a veces sustancias prohibidas que pueden causarles graves daños físicos? Algunos no saben que están tomando drogas. Esto fue lo que les ocurrió a jóvenes deportistas de Alemania del Este que recibían «vitaminas» de sus entrenadores. En julio, Manfred Ewald, antiguo responsable del deporte de Alemania del Este, fue condenado por daños físicos producidos en las deportistas al obligarlas a consumir sustancias prohibidas. También fue condenado el médico.

Pero, normalmente, la respuesta es que los deportistas no paran en barras para conseguir sus sueños. No hace mucho se preguntó a los deportistas de elite acerca del dopaje. La mayoría manifestó desaprobación. Sin embargo, cuando se les preguntó si estarían dispuestos a consumir una sustancia prohibida que les permitiera ganar siempre, con la seguridad de que no se detectaría, pero con el resultado de su muerte al cabo de cinco años, la mayoría respondió que lo haría.

¿Por qué es tan fuerte el atractivo del dopaje? Primero, porque en un país rico la tentación es pensar que lo que puede ser hecho, debe hacerse. Lo tecnológicamente posible se convierte en moralmente permisible. En segundo lugar, actualmente el ideal de mucha gente -de cualquier nacionalidad, religión, color o sexo- es la «autorrealización». Es lo que muchas veces se glorifica en términos entusiastas como «el orgullo de ser uno mismo» (o de pertenecer a un equipo, a un país) y la «búsqueda de la excelencia». En tercer lugar, la sociedad está haciéndose muy competitiva. Hay grandes incentivos económicos para los deportistas que logran sobresalir. A veces, la presión económica se convierte en presión sobre la persona, porque el deportista que triunfa tiene detrás un séquito que vive de su éxito: entrenadores, manager e incluso sus padres.

Un ejemplo particularmente lamentable de este tipo de presiones es el «repugnante síndrome familiar». El lector estará al tanto de las malas artes de «padres de tenistas» como Peter Graf, John Pierce y Damar Dokic. Estos son solo los más conocidos. El pasado julio, un padre de Boston ha sido acusado de homicidio por atacar y matar a otro padre que seguía un partido de hockey sobre hielo en el que se enfrentaban los hijos de ambos.

Como médico dedicado a medicina deportiva, he visto lesiones por exceso de competición y enfermedades psiquiátricas en niños empujados por sus padres a alcanzar más de lo que pueden. Siempre parece que estos padres «solo quieren lo mejor para sus hijos y les dan todas las oportunidades para que logren aquello de lo que ellos sean capaces». Pero, con todo respeto para la gimnasia, a menudo me pregunto si la sociedad protectora de animales permitiría que se diera a unos cachorros el trato que reciben los jóvenes de la gimnasia de elite.

Finalmente, lo queramos o no, vivimos en una sociedad donde el consumo de drogas ha llegado a ser frecuente, desde el tabaco y el alcohol hasta las drogas médicas y sociales, blandas o duras. En consecuencia, es difícil que el deportista medio resista la tentación de probar algo que le coloque en una posición de ventaja sobre sus competidores. Los tests aleatorios y la amenaza de suspensión -las sanciones habituales en la mayoría de las políticas deportivas contra el dopaje- no constituyen medidas disuasorias efectivas.

Como último recurso se apela a la educación, pero nadie ha definido lo que la educación significa y generalmente se discute sobre un vacío moral porque «los valores morales son asuntos individuales».

Para hacer las cosas aún más difíciles, las actuales medidas disuasorias no se están aplicando seriamente. El Comité Olímpico Internacional (COI) no está realmente empeñado en hacer una limpieza drástica, a pesar de las apariencias. El dopaje está más extendido ahora que hace 40 años, no solo entre la elite deportiva sino también entre los estudiantes. Más del 20% de chicos y el 5% de chicas de quince años encuestados en EE.UU. confiesan que han utilizado anabolizantes.

Puede que la solución no venga de las grandes organizaciones como el COI, la Federación Internacional de Atletismo Amateur o la FIFA -aunque es absolutamente necesario un compromiso por su parte-, sino de los padres y madres que logren dar a sus hijos una buena educación moral. Si los deportistas jóvenes comprenden que el éxito no es el fin de sus vidas y tienen un fuerte sentido de lo que está bien y lo que está mal, será difícil que caigan en la trampa de las drogas.

Mel CusiEspecialista en Medicina deportiva_________________________Este artículo es parte de otro más amplio publicado en la revista australiana Perspective.

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