En un artículo colectivo publicado en The Wall Street Journal (14-I-97), cinco
psiquiatras estadounidenses recuerdan a sus colegas el deber de informar a los pacientes homosexuales interesados en las posibles terapias, sin retraerse por motivos ajenos a la Medicina.
Supongamos que un joven, al buscar ayuda para combatir una condición psíquica asociada a graves riesgos sanitarios y que le hace profundamente infeliz, encuentra que el facultativo al que recurre le dice que no existe tratamiento disponible alguno, que su condición es permanente y que debe aprender a vivir con ella. Quizá este joven acuda a otro profesional sólo para recibir la misma respuesta: «No podemos hacer nada por ti; acepta tu condición».
¿Cómo se sentirán este hombre y su familia cuando descubran, años más tarde, que existen numerosas estrategias terapéuticas específicas para su problema desde hace más de sesenta años? ¿Cuál será su reacción cuando se informe de que, aunque ninguna de estas terapias garantiza resultados y la mayoría exige un prolongado tratamiento, el paciente tiene grandes posibilidades de librarse de su condición? ¿Cómo se sentirá este joven si se descubre que la razón por la que no se le informó de la existencia del tratamiento fue que ciertos grupos, por motivos políticos, presionan a los profesionales para que nieguen la existencia de terapia efectiva?
(…) Estos jóvenes y sus padres tienen derecho a esperar de todos los facultativos que les informen sobre todas las opciones terapéuticas disponibles y les permitan elegir por sí mismos basándose en los datos médicos más seguros. Una serie de estudios ha revelado que entre el 25 y el 50% de quienes buscaron tratamiento [para la homosexualidad] experimentaron sensibles mejorías. Si un facultativo piensa que no puede tratar a alguien que tiene esa condición, está obligado a remitirle a otro que sí pueda hacerlo.
Asimismo, estos jóvenes y sus padres tienen derecho a saber que, contra lo que repite la propaganda, no existe base biológica demostrada para la homosexualidad. Un artículo aparecido en noviembre de 1995 en Scientific American señalaba que la famosa investigación sobre el cerebro de los homosexuales de Simon Le Vay no ha sido nunca replicada y que el estudio genético de Dean Hamer ha sido refutado por investigadores posteriores [1].
Lo cierto es que la experiencia clínica de muchos facultativos que trabajan con hombres que luchan contra sus inclinaciones homosexuales indica que existen muchas causas y manifestaciones de la homosexualidad. Ninguna categoría engloba a todas, pero este desorden está caracterizado por varios síntomas, incluyendo un excesivo apego a la madre durante la primera infancia, la sensación de poseer una virilidad deficiente y poderosos sentimientos de culpa, vergüenza e inferioridad desde la adolescencia. Así, muchos médicos han comprobado que, a medida que se refuerza la confianza en la propia masculinidad, la atracción homosexual decrece sustancialmente.
Mientras lamentamos esas vidas truncadas por el SIDA, haríamos bien en darnos cuenta de que algunos de los jóvenes que han muerto han buscado tratamiento y se les ha negado. Muchos de ellos estarían hoy vivos con sólo haberles dicho dónde encontrar la ayuda que buscaban.
________________________[1] N. de la R.: Sobre este tema, ver M. de Santiago, «Lo innato y lo adquirido en la homosexualidad» (servicio 35/96).