William Breitbart dirige el departamento de psiquiatría del Centro Oncológico Memorial Sloan Ketterin, en Nueva York, uno de los hospitales punteros del país en el tratamiento del cáncer. Con su “terapia de significado” ha ayudado a multitud de enfermos a enfrentarse al momento de la muerte con más tranquilidad y claridad de visión. Emily Esfahani Smith, autora del libro The Power of Meaning, cuenta su historia en un artículo en The Atlantic.
Breitbart empezó a trabajar en el Memorial Sloan Ketterin en 1984, cuando los casos de sida estaban experimentando un crecimiento exponencial. Muchos de los enfermos sufrían intensamente no solo por el dolor físico, sino sobre todo por la angustia que la muerte les provocaba. Algunos incluso pidieron a Breitbart que les ayudara a suicidarse, una práctica que a principios de los 90 había saltado a los titulares por las polémicas prácticas de Jack Kevorkian, el llamado “doctor muerte”, finalmente juzgado y condenado por homicidio (cfr. Aceprensa, 21-04-1999).
Breitbart se acostumbró pronto a plantearse el sentido de su vida. Cuando era niño, su madre, superviviente de un campo de concentración nazi, le hacía reflexionar sobre el hecho de que ella hubiera sobrevivido y tantos otros judíos no. Más tarde, la experiencia de la angustia de tantos enfermos llevó a Breitbart a investigar qué razones aducían algunos pacientes para solicitar el suicidio asistido. Después de entrevistar a muchos, descubrió que la mayoría se refería sobre todo a una falta de significado. Las facultades de medicina, reflexionó, enseñaban cómo tratar las depresiones clínicas, pero este era un cuadro distinto, una suerte de “enfermedad existencial”.
Fue entonces cuando desarrolló su “terapia de sentido”: ocho sesiones en las que un grupo de enfermos, entre seis y ocho, reflexionaban juntos sobre las experiencias que habían dado significado a sus vidas, o los rasgos que habían definido su identidad. En la última sesión, cada participante explicaba a los demás su “proyecto de legado”, qué había dejado a las siguientes generaciones: la educación de sus hijos, la colaboración en una iniciativa de impacto social, etc. El fijarse en rostros o nombres concretos ayudaba a los pacientes a ver con mayor claridad y optimismo su biografía.
Para dar validez científica a su método, Breitbart realizó varios experimentos controlados sobre las consecuencias de la terapia. Todos mostraron resultados muy positivos: los participantes declaraban haber aumentado su calidad de vida y su bienestar espiritual. La angustia por la muerte o la sensación de falta de sentido se habían reducido drásticamente. Además, estos efectos aumentaban con el tiempo. Los enfermos que antes habían manifestado su deseo de “acelerar la muerte” habían abandonado la idea.
La historia de Breitbart muestra que, en el acompañamiento a los pacientes terminales, el aspecto psicológico y espiritual puede ser tan importante como el puramente físico. Una buena “terapia de sentido” y la administración de los cuidados paliativos necesarios son la mejor forma de procurar una verdadera “muerte digna”.