Mientras en Francia se discute si hay que erradicar el burka en el espacio público, en Barcelona se debate si hay que prohibir ir en traje de baño por la calle. Taparlo todo o exhibirlo casi todo son las dos posturas extremistas, y ambas provocan el debate sobre si hay que excluir determinadas indumentarias en el espacio público.
En Barcelona ha sido Jordi Clos, presidente de los hoteleros de la ciudad, quien se ha quejado del ambiente que impera en dos de las principales zonas turísticas de la capital catalana: las Ramblas y la Barceloneta, zona portuaria cercana a las playas. Clos reclamó abiertamente que “se prohíba que la gente vaya en bañador por la Rambla”, porque rebaja el ambiente de la zona. Clos, que va a abrir un hotel de su propia cadena en las Ramblas, declara a La Vanguardia que la proliferación de gente en bañador y sin camiseta degrada la imagen de Barcelona como marca. “El incivismo ha aumentado en la ciudad en los últimos años”, asegura el hotelero, preocupado por su negocio.
Porque el desaliño personal, por comodidad o afán exhibicionista, ha acabado deteriorando la zona turística, que “ha sido invadida por gente en bañador, por lateros, por prostitutas”… cuando “hace cinco años no era así”. De hecho, en algunas localidades de gran afluencia turística como Sitges, se han aprobado normas de “buenas prácticas” que excluyen ir sin camiseta o en traje de baño por la calle.
Pero no hace falta ir a la Barceloneta para notar este deterioro en la vestimenta veraniega en la calle. Más que nada parece que se van borrando las diferencias en el modo de vestir según los ámbitos, como si ya no se hiciera distinción entre la casa y la calle, la playa y la ciudad. Solo el ámbito del trabajo resiste, porque ahí está en juego la imagen de la empresa.
En algunos casos este descuido es pura comodidad. En otros se detecta un estudiado afán de llamar la atención, no ya con la elegancia, sino con los atributos más evidentes. Por eso no le falta razón a la musulmana Pamela Taylor, cofundadora de Muslims for Progressive Values, cuando hace un paralelo entre el burka, que externaliza la creencia de que los hombres solo pueden ver a las mujeres como objetos sexuales, y la obsesión occidental por el cuidado corporal y la instrumentalización del cuerpo femenino como reclamo publicitario. “La fijación de Occidente en la sexualidad femenina, y la búsqueda de una apariencia cada vez más seductora, es la imagen simétrica de la idea que lleva a cubrir la cara con el velo en Oriente; la diferencia es que en Occidente explotamos el mismo modo de pensar que el burka intenta suprimir”.
“Si criticamos el burka como denigrante para la mujer -añade-, también deberíamos criticar una cultura donde la búsqueda interminable de la belleza ha llevado a una epidemia de anorexia, cirugía plástica y miles de millones gastados en cosméticos, tintes y modas debilitantes. Debemos buscar un justo término medio en el que las mujeres sean solo personas” (The Washington Post, 25-06-2009)
Personas que hagan valer también su elegancia y su atractivo físico, mientras lo tengan, pero cuya presentación no las cosifique. Pues si el burka borra la identidad femenina, hay algunas exhibiciones corporales que animan al hombre a quedarse en lo más epidérmico, sin interesarse por la persona.