Contrapunto
En torno al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer en el santoral de la ONU, florecen los artículos y reportajes sobre la situación de la mujer en el mundo. Pocas veces se destacan los avances; casi todo se va en denunciar la discriminación laboral, la violencia doméstica, la falta de paridad en el poder político y económico… En cierto modo es inevitable que se ponga el acento en lo que hay que mejorar más que en lo ya conseguido. Pero cuando se pinta un cuadro tenebrista, con dibujos que más bien parecen brochazos, y sin distinguir entre la mujer de Manhattan y la de un suburbio de Bombay, se contribuye a desfigurar la situación.
Este año me ha llamado la atención el discurso que pronunció en Alemania ese día Ayaan Hirsi Alí, diputada holandesa de origen somalí, autora del libro «Yo acuso», que reivindica especialmente los derechos de la mujer frente a los fundamentalistas islámicos. Sin duda es una mujer valiente y comprometida. Otra cosa es que sus argumentos estén a la altura de sus ideales.
Su discurso, al menos en la versión española («El País», 15-03-2006), lleva por título «Un genocidio contra las mujeres». Y en el cuerpo del artículo va citando agresiones contra las mujeres y aduciendo números que serían la muestra palpable de ese genocidio o, más bien, «generocidio».
Si es un genocidio contra las mujeres, como género, sus autores han de ser necesariamente los hombres. Sin embargo, hay unas cifras reveladoras, que no cita en su discurso trufado de números: la esperanza de vida. La esperanza de vida al nacimiento es siempre superior para las mujeres que para los hombres: en el total mundial (65 los hombres y 69 para las mujeres); en los países más desarrollados (73 frente a 80); en los menos desarrollados (63 frente a 67). Es un curioso genocidio aquel en que las víctimas tienen como media una esperanza de vida superior a la de los agresores.
Se le va también la mano al hablar de la violencia doméstica: «Las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidades de ser asesinadas o heridas por sus parientes masculinos que de morir debido al cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico o la guerra, todos juntos». Es una afirmación que se le ocurrió a Amnistía Internacional y que ha hecho fortuna. Lo único malo es que no es cierta.
Tomemos el caso de España, donde hay estadísticas fiables al respecto. Los datos del Instituto Nacional de Estadística dicen que en 2002 murieron en España 5.780 mujeres de 15 a 44 años. La mayoría por cáncer (1.717), accidentes de tráfico (539), enfermedades del sistema circulatorio (483) y suicidio (271). A causa de las agresiones -sin detallar si se trataba o no de violencia doméstica- murieron en total 47 mujeres de 15 a 44 años (ver Aceprensa 127/05). Lo cual no quiere decir que la violencia doméstica no sea un problema. Pero los problemas no se resuelven operando mal con los números.
«Se concede tan poco valor a la salud femenina -sigue diciendo Ayaan Hirsi Alí- que, cada año, aproximadamente, 600.000 mujeres mueren al dar a luz», lo cual «equivale a un genocidio como el de Ruanda cada 12 meses». Es sorprendente cómo aumentan estas cifras redondas cada año. En el «Informe sobre la salud en el mundo 2005» la Organización Mundial de la Salud (OMS) cifraba la mortalidad materna en medio millón al año, y la rodeaba de múltiples reservas («Para la región de África los datos son prácticamente inexistentes», «a veces las estimaciones no derivan directamente de los datos notificados», «todas las estimaciones están sujetas a cierto grado de incertidumbre») (cfr. Aceprensa 42/05).
La OMS advertía que la mortalidad materna podría reducirse mucho con soluciones sencillas y baratas, y con atención competente durante el parto. En los países en desarrollo, que es donde se da este problema, solo las dos terceras partes de las mujeres que dan a luz son asistidas durante el parto por personal especializado. Pero esto no implica necesariamente que se dé poco valor a la salud femenina, sino que es un reflejo del atraso sanitario de estos países en general. Si se supieran las cifras de la mortalidad por cáncer de próstata en estos países se podría concluir también que son un índice del poco valor que se concede a la salud masculina.
Contra las niñas
La diputada señala el problema real de los abortos selectivos y de los infanticidios de niñas en los países (sobre todo asiáticos) donde el nacimiento de un niño se recibe como una bendición y el de una niña como una desgracia. En este caso no ofrece datos, pero hay cifras publicadas que confirman este fenómeno: la India pierde medio millón de niñas al año por los abortos selectivos (cfr. Aceprensa 6/06); en China, en 2004 nacieron 119 niños por cada 100 niñas (cfr. Aceprensa 15/05), y ya empieza a advertirse el problema de los solteros que no encuentran esposa.
Esta preferencia por el hijo varón hunde sus raíces en tradiciones culturales y en peculiares costumbres sociales (el problema de la dote en la India, la política del hijo único impuesta en China…). Pero si el fenómeno de la eliminación de niñas alcanza hoy dimensiones masivas es porque el aborto se ha convertido en un derecho para poner fin a cualquier embarazo no deseado. Y en estos países basta que el feto sea una niña para que en muchos casos se convierta en un embarazo no deseado. Lo paradójico es que el derecho al aborto, que tantas feministas presentan como una gran conquista de la mujer, se haya convertido en el medio de discriminación más radical contra las niñas. Si tantas presiones para legalizar el aborto como medio para asegurar la «salud reproductiva» se emplearan en buscar recursos para garantizar un parto seguro, probablemente la mortalidad materna bajaría con más rapidez.
A menudo los defensores de una causa noble parecen creer que cuanto más negro se pinte un problema más se está haciendo para sensibilizar al público y movilizarlo. Pero, como escribe Ayaan Hirsi, «es urgente un serio esfuerzo internacional para documentar con exactitud la violencia contra las mujeres y las niñas». Pues eso, con exactitud. Sin hacer violencia a las cifras. Y si hiciéramos el mismo esfuerzo para documentar y publicar los avances en la situación de la mujer, tendríamos un panorama más real.
Ignacio Aréchaga