Ya que tantas mujeres afrontan dificultades extraordinarias para hacer compatible una mayor participación en la vida económica y social con las responsabilidades familiares, esta Conferencia hace bien en dar prioridad al derecho de las mujeres a gozar de efectiva igualdad de oportunidades con los hombres, tanto en los puestos de trabajo como en las estructuras decisorias de la sociedad, especialmente cuando afectan a las mujeres mismas.
Para que las mujeres reciban un trato justo en el trabajo es preciso, en primer lugar, eliminar todas las formas de explotación de mujeres y de jóvenes como mano de obra barata, muchas veces al servicio del estilo de vida de las clases acomodadas. La justicia exige también igualdad de retribución y de oportunidades de promoción, así como facilitar a las trabajadoras con hijos el cumplimiento de sus responsabilidades específicas, y prestar particular atención a los problemas de aquellas que son la única fuente de ingresos para su familia.
Además, para que la acción en favor de las madres que trabajan sea efectiva, es necesario que se reconozca la prioridad de los valores humanos sobre los económicos. Si la eficiencia y la productividad se consideran los objetivos primarios de la sociedad, los valores de la maternidad resultarán perjudicados. El miedo a reforzar ciertos estereotipos sobre el papel de la mujer no debería impedir a esta Conferencia afrontar con claridad los problemas específicos, las necesidades reales y los valores de los millones de mujeres que atienden sus propias responsabilidades familiares, a tiempo completo o compaginándolas con otras actividades de tipo social y económico. Nuestras sociedades ofrecen muy poco reconocimiento real o ayuda concreta a aquellas mujeres que luchan por sacar adelante a sus hijos en medio de dificultades económicas. Dejar de afrontar estos temas en nuestra Conferencia sería hacer de la verdadera igualdad una meta aún más ilusoria para la mayoría de las mujeres del mundo.
La Santa Sede insiste en la importancia de encontrar nuevas vías para reconocer el valor económico y social del trabajo no remunerado de las mujeres, en la familia, en la producción y conservación de los alimentos, y en una amplia gama de trabajos socialmente productivos. Las mujeres deben ser protegidas con medidas de seguridad económica y social que reflejen su dignidad y su derecho a la propiedad, así como a acceder a créditos y recursos. La contribución efectiva de las mujeres a la seguridad económica y al bienestar social es en muchos casos mayor que la de los hombres. (…)
Ignorancia y pobreza
El acceso universal a la educación básica es, ciertamente, un objetivo de todas las naciones. Sin embargo, en el mundo actual, más de dos tercios del escandaloso número de personas analfabetas son mujeres. De los millones de menores que no reciben educación básica, aproximadamente el 70% son niñas. ¿Y qué decir de la situación en tantos lugares donde el simple hecho de ser niña supone tener menos posibilidades aun de nacer y sobrevivir, o de recibir educación, nutrición y adecuada atención sanitaria?
El pasado 29 de agosto, el Papa Juan Pablo II se dirigió a las más de 300.000 instituciones sociales, caritativas y educativas de la Iglesia católica, para instarlas a una acción prioritaria y coordinada en favor de las niñas y las jóvenes, en especial las más pobres, a fin de (…) asegurar que en todos los casos puedan continuar y completar su educación. (…)
El problema de la educación está estrechamente vinculado con la cuestión de la pobreza, y con el hecho de que la mayoría de los que viven en la miseria son mujeres y niños. Hay que esforzarse por eliminar todos los obstáculos legales y culturales que impiden la seguridad económica de las mujeres. Hay que afrontar las causas específicas por las que en cada región o sistema económico las mujeres sufren la pobreza en mayor medida. Ninguna parte del mundo está exenta de este escándalo. Cada sociedad tiene sus bolsas específicas de pobreza, grupos de personas especialmente expuestas a la pobreza, a veces a la vista de otras cuyos hábitos de consumo y estilo de vida son muy a menudo injustificables e inadmisibles.
La «feminización de la pobreza» debe ser motivo de preocupación para todas las mujeres. Hay que identificar las raíces sociales, políticas y económicas de este fenómeno. Las mujeres mismas deben ocupar la primera línea en la lucha contra las desigualdades entre mujeres en el mundo actual, a través de la atención concreta y la solidaridad directa hacia las mujeres más pobres.
¿Y la salud no «reproductiva»?
La Santa Sede reconoce también la urgencia de atender las necesidades sanitarias específicas de las mujeres. Apoya, por eso, el especial énfasis que ponen los documentos de la Conferencia en la expansión y mejora de estos servicios, sobre todo a la vista de que muchas mujeres no tienen siquiera acceso a centros de atención primaria. A este respecto, la Santa Sede ha expresado su preocupación por la tendencia a dar a los problemas sanitarios relacionados con la sexualidad una atención y unos recursos privilegiados. En cambio, se debería insistir más en cuestiones como la desnutrición y la carencia de agua potable, así como en las enfermedades que afectan a millones de mujeres, con un gran número de víctimas entre madres e hijos.
La Santa Sede está de acuerdo con el modo de tratar las cuestiones de sexualidad y reproducción en la Plataforma de Acción, cuando ésta afirma que para lograr la igualdad entre hombres y mujeres, es necesario un cambio de actitud por parte tanto de ellos como de ellas, y que la responsabilidad en materia sexual corresponde tanto a unos como a otras. Las mujeres son, además, muy a menudo, víctimas de comportamientos sexuales irresponsables, que son causa de sufrimiento personal, enfermedades, pobreza y deterioro de la vida familiar. A juicio de mi delegación, en los documentos de la Conferencia falta audacia para reconocer que la permisividad sexual supone una amenaza a la salud de las mujeres. Igualmente, el documento omite denunciar a las sociedades que han abdicado de su responsabilidad de intentar cambiar, en sus verdaderas raíces, las actitudes y comportamientos irresponsables.
Procreación libre y responsable
La comunidad internacional ha señalado con insistencia que las decisiones sobre el número de hijos y el intervalo entre nacimientos corresponden a los padres, que deben tomarlas de modo libre y responsable. A este propósito, a menudo se malinterpreta la doctrina de la Iglesia católica sobre la procreación. Decir que la Iglesia defiende la procreación a cualquier costo es sin duda tergiversar su enseñanza sobre la paternidad responsable.
La doctrina católica sobre los medios de planificación familiar se considera muchas veces demasiado exigente. Pero, si se quiere asegurar un profundo respeto por la vida humana y su transmisión, resulta imprescindible el dominio de sí, sobre todo en culturas que promueven la autoindulgencia y la gratificación inmediata. La procreación responsable exige también que el marido comparta la responsabilidad, lo cual sólo se puede lograr mediante un cambio de actitud.
La Santa Sede, junto con los demás participantes en la Conferencia, condena el uso de coacción en las políticas demográficas. Es de esperar que todas las naciones se adhieran a las recomendaciones de la Conferencia sobre este tema. Es también de esperar que se informe claramente a las parejas de todos los peligros para la salud que pueden entrañar los métodos de planificación familiar, especialmente cuando están aún en fase experimental o en los casos en que se ha restringido el uso en algunas naciones.
(…) Hay que condenar todas las formas de violencia contra las mujeres y hacer todo lo posible para eliminar sus causas. Se debe hacer aún más para eliminar la práctica de la mutilación genital femenina y otras prácticas deplorables como la prostitución infantil, el tráfico de niños y de sus órganos, o los matrimonios de niños. (…)
La violencia contra las mujeres tiene su origen también en la cultura hedonista, que fomenta la explotación sistemática de la sexualidad y reduce a las personas, en especial a las mujeres, a meros objetos sexuales. Si la Conferencia no reprobara estas actitudes, podría ser acusada de tolerar las verdaderas raíces de buena parte de la violencia contra las mujeres y las jóvenes.
Un feminismo de minoríasAntes de que empezase la Conferencia de Pekín, la Santa Sede advirtió que el borrador de documento final denotaba una pretensión de «imponer a las mujeres de todo el mundo una particular filosofía social, propia de algunos sectores occidentales», y alejada de las necesidades e intereses reales de la mayoría (ver servicio 89/95). Lo mismo observó, ya iniciada la conferencia, Anne Applebaum, como cuenta en un comentario publicado en la revista The Spectator (Londres, 9-IX-95).
¿Por qué el aborto es el tema central de los debates en la Conferencia Mundial sobre la Mujer? ¿Por qué está acaparando la mayor parte de la atención en las sesiones de trabajo? ¿Por qué provoca las más vivas polémicas entre las delegaciones? Digámoslo claramente: porque obsesiona a las mujeres norteamericanas. El debate sobre el aborto divide a las norteamericanas en feministas y antifeministas: Hillary Clinton ha venido a Pekín y, aunque denuncia los abortos impuestos y los rechaza como medio de control de la natalidad, se declara pro-choice. En Estados Unidos, el aborto se ha convertido en un tema crucial, con el que todos los políticos han de enfrentarse antes o después: declararse a favor o en contra supone ser inmediatamente encasillado como pro-life o pro-choice, y ganar o perder los correspondientes apoyos políticos. (…) Ser pro-choice significaría que las mujeres pro-vida serían anti-mujer, para quienes entienden que el aborto «libera a la mujer».
Y como el debate sobre el aborto preocupa a las mujeres norteamericanas, preocupa también a la ONU y a otras instituciones que financian programas de desarrollo en el Tercer Mundo. Durante años, sucesivos gobiernos norteamericanos impulsaron o frenaron programas internacionales de planificación familiar, según favorecieran o no el aborto; los grupos feministas definían tales decisiones como progresistas o retrógradas. Hasta que empezaron a conocerse las políticas coactivas de control de la natalidad, como la de China, las mujeres norteamericanas se habían sumado al consenso de tantas organizaciones de ayuda al desarrollo, en la línea de que el control demográfico es el asunto más fundamental de la mujer. Tim Wirth, vicesecretario de Estado norteamericano, ha llegado a declarar que «las mujeres tendrán menos deseos de fundar una familia si les damos educación». Como si ese fuera el único punto de interés en la educación femenina.
(…) No es extraño, pues, que el pasaje más controvertido de la Plataforma de Acción de esta conferencia sea el que trata del aborto. (…) Ya en el tercer día de la conferencia, International Planned Parenthood publicó un comunicado de prensa en el que declaraba que una minoría de países amenazaba romper el consenso sobre control demográfico.
(…) No entro aquí a discutir si el aborto está bien o mal: simplemente afirmo que la mera posibilidad de abortar -o incluso de acceder a la planificación familiar- no basta para «liberar a la mujer». Las mujeres chinas pueden abortar; pero esto significa, en muchos casos, optar por no tener una hija (1). Por muy básico que pueda ser el aborto para las norteamericanas, (…) lo que necesitan las mujeres que viven en sociedades tradicionales suele ser otra cosa: el derecho a ser respetadas (…).
Intereses distintos
Es patente que a mujeres de distintos países no les interesan los mismos temas, como manifiestan delegadas de India, África u Oriente Próximo. En estos días he podido oír a una mujer de Ghana hablar de sus esfuerzos para conservar ciertas costumbres tribales (…); he visto a unas filipinas abandonar, disgustadas, una reunión de [la organización abortista norteamericana] Catholics for a Free Choice: me explicaron que ellas creían en la «dignidad de la sexualidad humana» y no estaban conformes con eso de «escoger el estilo de vida que se prefiera».
Una keniana me dijo: «Nuestros intereses son mucho más básicos: necesitamos educación, necesitamos un sistema sanitario que funcione». Además, le indignaba que la promoción del control demográfico y del aborto se hubiera convertido en el objetivo primario de la ayuda al desarrollo: «Las organizaciones de ayuda al desarrollo -afirmaba- hablan sólo de salud reproductiva, no de la salud integral de la mujer. Yo puedo obtener anticonceptivos gratis en la clínica de Planned Parenthood, pero si lo que busco es penicilina -que puede ser necesaria para salvar la vida a un niño-, ninguna organización internacional me la paga».
Las preocupaciones obsesivas de la conferencia resultan extrañas a mujeres como Emmie Chanika, de Malawi: «Las mujeres aquí presentes afirman luchar por sus derechos -me decía-; pero no todas entendemos los derechos de la misma manera». (…) La mera idea de derechos de las lesbianas la dejaba perpleja: «Déjeme pensar… ¿En Malawi tenemos alguna palabra para decir ‘lesbiana’?».
Tras oír opiniones como éstas, resulta inquietante ver cómo los debates están dominados por cierto feminismo, que necesariamente condicionará también el discurso mundial sobre los derechos de la mujer, y determinará los programas de ayuda al desarrollo. (…) Ese feminismo occidental es tal vez hoy una de las formas supremas de imperialismo, con un matiz radical: a diferencia de los imperialistas del pasado, promueve un modelo de conducta personal y familiar, no de dominación económica. En una camiseta que vi en Huairou se podía leer: «El feminismo no es más que una forma mejor de vivir». Pero, ¿mejor para todas las mujeres?
Las reservas de la Santa Sede
Al final de la Conferencia, la delegación vaticana anunció que se adhería, con reservas, a la versión definitiva de la Plataforma de Acción. Estas son las principales objeciones de la Santa Sede:
– El documento no afirma expresamente la dignidad de la mujer y la igualdad de derechos respecto al hombre.
– Pese a que la Declaración Universal de Derechos Humanos subraya que la familia es la unidad básica de la sociedad, el documento de Pekín no se refiere a ella sin añadir expresiones que la trivializan.
– El documento es ambiguo cuando usa términos como «salud reproductiva», «derechos reproductivos» o «planificación familiar». La Santa Sede advierte que no se deben interpretar como un reconocimiento del aborto o de la contracepción, ni en contra del derecho a la objeción de conciencia, en relación con esas prácticas, por parte de los profesionales de la sanidad.
Por estos motivos, la Santa Sede no da su conformidad a la sección del capítulo IV dedicada a la salud, que «dedica una atención totalmente desproporcionada a la salud sexual y reproductiva, frente a las demás necesidades sanitarias de las mujeres».
La Santa Sede añadió una declaración sobre el significado del término «género». Lo entiende, señala, en su sentido ordinario. O sea, el género «está basado en la identidad sexual biológica, masculina o femenina». La Santa Sede rechaza las interpretaciones según las cuales la identidad sexual se puede adaptar, de forma indefinida, a nuevos y diversos fines. También se opone a la idea, propia del determinismo biológico, de que «todas las funciones de los dos sexos y las relaciones entre ellos están fijadas de manera única e invariable».
Al hacer públicas estas reservas, la Prof. Glendon lamentó que la Conferencia no hubiera ido suficientemente lejos en algunas cuestiones. El documento, dijo, reconoce en teoría la necesidad de «facilitar el acceso a la educación, la sanidad y los servicios sociales, pero evita cuidadosamente cualquier compromiso concreto de dedicar nuevos recursos a ese fin». Con respecto a la «salud reproductiva», señaló: «Un documento que respete la dignidad de la mujer debería ocuparse de la salud de la mujer entera. Un documento que respete la inteligencia de la mujer debería dedicar al menos tanta atención a la alfabetización como a la fertilidad».
_________________________(1) N. de la R.: Sobre el aborto selectivo de niñas en China, ver servicio 42/95.