Contrapunto
En 1987, Juan Pablo II anunció que redactaría una encíclica sobre los fundamentos de la moral. Cuando faltaba aún más de una semana para que se publicase el documento, varios comentaristas -basándose, al parecer, en filtraciones- lo «analizaron» en la prensa. Según estas «lecturas», la Veritatis splendor prácticamente sólo trata dos temas: el sexo y el disenso teológico. Y a propósito de ambos, despachan la encíclica con críticas tan acerbas como superficiales.
Una vez leída la encíclica de cabo a rabo, se ha podido comprobar que las cuestiones de ética sexual se mencionan sólo en un par de lugares, como ejemplos -entre otros muchos- que ilustran la doctrina expuesta. El disenso teológico aparece en un párrafo, hacia el final. El documento en sí se ocupa de la libertad, la relación de ésta con la verdad, la ley moral, la intención, la conciencia…; en fin, de los fundamentos de la moral, como cabía esperar.
Da la impresión de que en el gremio de los «opinadores» se ha extendido la costumbre de disparar sin leer antes. De hecho, los comentarios publicados estos días no interpretan la Veritatis splendor, sino una encíclica imaginaria. Más bien, esos comentaristas se comentan a sí mismos, glosan sus propios prejuicios, desfogan sus fobias, revelan sus obsesiones.
Estas obsesiones se expresan, además, en posturas contradictorias. Cuando critican la encíclica por no reconocer el disenso teológico, entonan un canto a la diversidad, a mantener las propias ideas frente a la autoridad, a ser la conciencia crítica dentro de la Iglesia. En cambio, cuando se trata de la ética sexual, lo que se le reprocha a Juan Pablo II es que la Iglesia no se adapte a las costumbres generalizadas, que mantenga una doctrina original frente a las ideas dominantes, que sea una voz que desentona en el coro del «todo vale». Por lo visto, el Papa no tiene ese derecho a disentir de que goza el teólogo. En fin, entre tanta falta de rigor, al menos Juan Pablo II es de los que todavía, cuando publican, dan lo que prometen.
Juan Domínguez